Discurso del Papa Francisco a los obispos de Tailandia y de otros países de Asia
El silencioso martirio fiel y generoso también atrae vocaciones, afirma Papa en Tailandia
Papa a obispos en Tailandia: Fuimos elegidos como servidores, no como dueños o amos
Ayuda al Papa Francisco recitando esta oración para que Dios envíe más vocaciones
Futura religiosa relató al Papa cómo María le ayudó a pasar del budismo al catolicismo
El Papa en Tailandia: Cooperación entre religiones es apremiante para la humanidad actual
Homilía del Papa Francisco en la Misa celebrada en la catedral de Bangkok
El Papa invita a los jóvenes de Tailandia a mirar el futuro con confianza
El Papa recuerda a misionero que “pierde” la vida evangelizando tribus en Tailandia
El Papa Francisco en Tailandia: Discurso a los religiosos, seminaristas y catequistas
El Papa Francisco dirigió este 22 de noviembre un discurso a los sacerdotes, religiosos, seminaristas y catequistas de Tailandia, para alentarlos a no ceder a la tentación de pensar que son pocos, sino pensar “que son pequeños instrumentos en las manos creadoras del Señor”, y que el testimonio silencioso, fiel y generoso atrae nuevas vocaciones.
A continuación el discurso completo del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas: Buenos días.
Gracias a Mons. Joseph (Pradhan Sridarunsil) por sus palabras de bienvenida en nombre de todos ustedes. Estoy contento de poder verlos, escucharlos, participar de su alegría y palpar cómo el Espíritu realiza su obra en medio nuestro. Gracias a todos ustedes catequistas, sacerdotes, consagrados y consagradas, seminaristas, por este tiempo que me regalan.
Gracias también a Benedetta, por compartirnos su vida y testimonio. A medida que la escuchaba me venía un sentimiento de acción de gracias por la vida de tantos misioneros y misioneras que fueron marcando su vida y dejando su huella. Benedetta, nos hablaste de las Hijas de la Caridad.
Quiero que mis primeras palabras con ustedes sean una acción de gracias a todos estos consagrados que con el silencioso martirio de la fidelidad y entrega cotidiana se volvieron fecundos. No sé si llegaron a poder contemplar o saborear el fruto de la entrega, pero sin duda fueron vidas capaces de engendrar. Fueron promesa de esperanza. Por esto, al inicio de nuestro encuentro quiero invitarlos a tener especialmente presente a todos los catequistas, consagrados ancianos que nos engendraron en el amor y la amistad con Jesucristo. Demos gracias por ellos y por los ancianos de nuestras comunidades que no pudieron estar acá. Díganles a los ancianos que no pudieron estar acá, que el Papa les envía una bendición agradecida, y les pide también su bendición.
Creo que la historia vocacional de cada uno de nosotros está marcada por esas presencias que ayudaron a descubrir y discernir el fuego del Espíritu. Es tan lindo e importante saber agradecer. «El agradecimiento siempre es un “arma poderosa”. Sólo si somos capaces de contemplar y agradecer concretamente todos los gestos de amor, generosidad, solidaridad y confianza, así como los gestos de perdón, paciencia, aguante y compasión con los que fuimos tratados, sólo así dejaremos al Espíritu regalarnos ese aire fresco capaz de renovar (y no emparchar) nuestra vida y misión» (Carta a los sacerdotes, 4 agosto 2019). Pensemos en ellos, demos gracias y sobre sus hombros sintámonos también nosotros llamados a ser hombres y mujeres que ayudan a engendrar la vida nueva que el Señor nos regala.
Llamados a la fecundidad apostólica, llamados a ser aguerridos luchadores de las cosas que el Señor ama y por las que dio su vida; pidamos la gracia de que nuestros sentimientos y miradas puedan palpitar al ritmo de su corazón y, me animaría a decirles, hasta llagarse por el mismo amor; tener esa pasión por Jesús y pasión por su Reino.
En este sentido, podemos preguntarnos: ¿Cómo cultivar la fecundidad apostólica? Es una linda pregunta que podemos hacernos todos y cada uno responderlo desde su corazón (pide a su prima religiosa que traduzca lo que improvisa). Porque para mí no es fácil comunicarme con ustedes a través de un aparato (en referencia a los auriculares con que los asistentes escuchan el texto leído en español), pero ustedes tienen buena voluntad. Benedetta, tú nos hablaste de cómo el Señor te atrajo por medio de la belleza. Fue la belleza de una imagen de la Virgen que con su mirada particular entró en tu corazón y suscitó el deseo de conocerla más: ¿Quién es esta mujer? No fueron las palabras, ideas abstractas o fríos silogismos.
Todo comenzó por una mirada bella que te cautivó. Cuánta sabiduría esconden tus palabras. Despertar a la belleza, al asombro, al estupor, capaz de abrir nuevos horizontes y sembrar cuestionamientos.
Una vida consagrada que no sea capaz de estar abierta a la sorpresa es una vida que quedó a mitad de camino. El Señor no nos llamó para enviarnos al mundo a imponer obligaciones a las personas, o cargas más pesadas de las que ya tienen, y son muchas, sino a compartir una alegría, un horizonte bello, nuevo y sorprendente. Me gusta mucho esa expresión de Benedicto XVI, que considero paradigmática y hasta profética en estos tiempos: la Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 14). «Anunciar a Cristo significa mostrar que creer en Él y seguirlo no es sólo algo verdadero y justo, sino también bello, capaz de colmar la vida de un nuevo resplandor y de un gozo profundo, aun en medio de las pruebas» (ibíd., 167).
Esto nos impulsa a no tener miedo de buscar esos nuevos símbolos e imágenes, esa música particular que ayude a los tailandeses a despertar al asombro que el Señor nos quiere regalar. No tengamos miedo de querer inculturar el Evangelio cada vez más. Es necesario buscar esas nuevas formas para transmitir la Palabra, capaz de movilizar y despertar el deseo de conocer al Señor: ¿Quién es este hombre? ¿Quiénes son estas personas que siguen a un crucificado?
Preparando este encuentro pude leer, con cierto dolor, que para muchos la fe cristiana es una fe extranjera, es la religión de los extranjeros. Esta realidad nos impulsa a buscar la manera de animarnos a decir la fe “en dialecto”, a la manera que una madre le canta canciones de cuna a su niño.
Con esa confianza darle rostro y “carne” tailandesa, que es mucho más que realizar traducciones. Es dejar que el Evangelio se desvista de ropajes buenos pero extranjeros, para sonar con la música que a ustedes les es propia en esta tierra y hacer vibrar el alma de nuestros hermanos con la misma belleza que encendió nuestro corazón. Los invito a que le recemos a la Virgen, la primera que cautivó con la belleza de su mirada a Benedetta, y le digamos con confianza de hijos: «Consíguenos ahora un nuevo ardor de resucitados para llevar a todos el Evangelio de la vida que vence a la muerte. Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos para que llegue a todos el don de la belleza que no se apaga» (ibíd., 288).
La mirada de María nos impulsa a mirar en su misma dirección, hacia esa otra mirada, para hacer todo lo que Él nos diga (cf. Jn 2,1-12). Ojos que cautivan porque son capaces de ir más allá de las apariencias, y alcanzar y celebrar la belleza más auténtica que vive en cada persona. Una mirada que, como nos enseña el Evangelio, rompe todos los determinismos, fatalismos y estándares. Donde muchos veían solamente un pecador, un blasfemo, un recaudador de impuestos, una persona de mala vida, hasta un traicionero, Jesús fue capaz de ver apóstoles. Y esa es la belleza que su mirada nos invita a anunciar, una mirada que se mete adentro, transforma y permite acontecer lo mejor de los demás.
Pensando en el comienzo de la vocación de tantos de ustedes, cuántos en su juventud participaron en las actividades de jóvenes que querían vivir el Evangelio y salían a visitar a los más necesitados, a los ignorados y hasta despreciados de la ciudad, huérfanos y ancianos. Seguro que muchos fueron ahí visitados por el Señor, haciéndoles descubrir el llamado a donarlo todo. Se trata de salir de sí mismo y, en ese mismo movimiento de salida, fuimos encontrados. En el rostro de las personas que encontramos por la calle podemos descubrir la belleza de tratar al otro como a un hermano. Ya no es el huérfano, el abandonado, el marginado o el despreciado. Ahora tiene rostro de hermano, de «hermano redimido por Jesucristo. ¡Eso es ser cristianos! ¿O acaso puede entenderse la santidad al margen de este reconocimiento vivo de la dignidad de todo ser humano?» (Exhort. ap. Gaudete et exultate, 98). Quiero impulsar y darles coraje a tantos de ustedes que, a diario, gastan su vida sirviendo a Jesús en sus hermanos, como bien señalaba el Obispo al presentarlos —se lo veía orgulloso—; a tantos de ustedes que logran ver belleza donde otros tan sólo ven desprecio, abandono o un objeto sexual a ser utilizado. Así, ustedes son signo concreto de la misericordia viva y operante del Señor. Signo de la unción del Santo en estas tierras.
Tal unción requiere de la oración. La fecundidad apostólica requiere y se sostiene gracias a cultivar la intimidad de la oración. Una intimidad como la de esos abuelos, que rezan continuamente el rosario. Cuántos de nosotros hemos recibido la fe de nuestros abuelos, y los hemos visto así, entre las tareas del hogar, con el rosario en la mano, consagrando toda su jornada. La contemplación en la acción, dejando que Dios sea parte de todas las pequeñas cosas del día. Es vital que hoy la Iglesia anuncie el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras y sin miedo (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 23), como personas que cada mañana, en ese cara a cara con el Señor, vuelven a ser enviadas. Sin la oración, toda nuestra vida y misión pierde sentido, fuerza y fervor.
Si a ustedes les falta la oracion, cualquier trabajo que hacen no tiene sentido, no tiene fuerza, no tiene valor. La oración es el centro de todo.
Decía San Pablo VI que uno de los peores enemigos de la evangelización era la falta de fervor (cf. Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 80). Y el fervor para el religioso, religiosa, sacerdote, catequista, se alimenta en ese doble encuentro: en el rostro del Señor y en el de los hermanos. También nosotros tenemos necesidad de ese espacio donde volver a la fuente para beber del agua que da vida. Inmersos en miles de ocupaciones, busquemos siempre el espacio para recordar, en la oración, que el Señor ya ha salvado al mundo y que estamos invitados con Él a hacer tangible esta salvación.
Nuevamente, gracias por vuestra vida, testimonio y entrega generosa. Les pido que, por favor, no cedan a la tentación de pensar que son pocos, piensen más bien que son pequeños instrumentos en las manos creadoras del Señor. Él irá escribiendo con sus vidas las mejores páginas de la historia de salvación en estas tierras.
No se olviden de rezar y hacer rezar por mí.
Gracias.
El Papa Francisco se reunió con los obispos de Tailandia y de la Federación de las Conferencias episcopales asiáticas (FABC) este 22 de noviembre en el Santuario del Beato Nicolás Boonkerd Kitbamrung localizado en la ciudad de Bangkok durante su viaje apostólico a Tailandia.
“Uno de los puntos más hermosos de la evangelización es hacernos cargo de que la misión confiada a la Iglesia no reside solo en la proclamación del Evangelio, sino también en aprender a creerle al Evangelio y dejarse tomar y transformar por él; consiste en vivir y en caminar a la luz de la Palabra que tenemos que proclamar”, señaló el Santo Padre.
A continuación, el discurso que pronunció el Papa Francisco:
Queridos hermanos:
Agradezco a Su Eminencia, el Cardenal Francis Xavier Kriengsak Kovithavanij, sus amables palabras de introducción y bienvenida. Estoy feliz de poder estar con ustedes y compartir, aunque sea de manera breve, las alegrías y las esperanzas, sus iniciativas y sueños, y también los desafíos que enfrentan como pastores del santo pueblo fiel de Dios. Gracias por su fraternal bienvenida.
Nuestro encuentro de hoy tiene lugar en el Santuario del Beato Nicolás Bunkerd Kitbamrung, que dedicó su vida a la evangelización y la catequesis, formando discípulos del Señor, principalmente aquí en Tailandia, también en parte de Vietnam y a lo largo de la frontera con Laos, y coronó su testimonio de Cristo con el martirio.
Pongamos este encuentro bajo su mirada para que su ejemplo impulse en nosotros un gran celo por la evangelización en todas las Iglesias locales de Asia y podamos ser, cada vez más, discípulos misioneros del Señor; así su Buena Noticia pueda ser derramada como bálsamo y perfume en este bello y gran continente.
Sé que está planificado para el 2020 la Asamblea General de la Federación de Conferencias de los Obispos de Asia, en el cincuentenario de su fundación. Una buena ocasión para volver a visitar estos “santuarios” donde se custodian las raíces misioneras que marcaron estas tierras y dejarse impulsar por el Espíritu Santo desde las huellas del primer amor, lo cual permitirá abrirse con parresia a un futuro que deben gestar y crear, a fin de que tanto la Iglesia como la sociedad en Asia se beneficien de un impulso evangélico compartido y renovado. Enamorados de Cristo, capaces de enamorar y compartir ese mismo amor.
Ustedes viven en medio de un continente multicultural y multirreligioso, dotado de gran belleza y prosperidad, pero probado al mismo tiempo por una pobreza y explotación extendida a varios niveles. Los rápidos avances tecnológicos pueden abrir inmensas posibilidades que faciliten la vida, pero también pueden dar lugar a un creciente consumismo y materialismo, especialmente entre los jóvenes. Ustedes cargan sobre sus hombros las preocupaciones de sus pueblos, al ver el flagelo de las drogas y el tráfico de personas, la necesidad de atender un gran número de migrantes y refugiados, las malas condiciones de trabajo, la explotación laboral experimentada por muchos, así como la desigualdad económica y social que existe entre los ricos y pobres.
En medio de estas tensiones está el pastor luchando e intercediendo con su pueblo y por su pueblo; por eso creo que la memoria de los primeros misioneros que nos precedieron con coraje, con alegría y con una resistencia única, permitirá medir y evaluar nuestro presente y nuestra misión desde una perspectiva mucho más amplia y mucho más transformadora.
Esta memoria nos libra, en primer lugar, de creer que los tiempos pasados fueron siempre más favorables o mejores para el anuncio, y nos ayuda a no refugiarnos en pensamientos y discusiones estériles que terminan por centrarnos y encerrarnos en nosotros mismos, paralizando todo tipo de acción. «Aprendamos de los santos que nos han precedido y enfrentaron las dificultades propias de su época» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 263), y permitamos ser despojados de todo aquello que se nos “pegó” durante el camino, y que vuelve más pesado todo el andar.
Somos conscientes de que hay estructuras y mentalidades eclesiales que pueden llegar a condicionar negativamente un dinamismo evangelizador; igualmente las buenas estructuras sirven cuando hay una vida que las anima, las sostiene y las juzga; porque en definitiva sin vida nueva y espíritu evangélico, sin “fidelidad de la Iglesia a la propia vocación”, cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo, y puede dificultar a nuestro corazón el importante ministerio de la oración y la intercesión.
Esto nos puede ayudar a veces a movernos ante los entusiasmos indiscretos, metodologías con éxito aparente pero con poca vida.
Mirando el camino misionero en estas tierras, una de las primeras enseñanzas recibidas nace de la confianza en saber que es precisamente el Espíritu Santo el primero en adelantarse y convocar: el Espíritu Santo “primerea” a la Iglesia invitándola a alcanzar todos esos puntos nodales, donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de nuestras ciudades y culturas.
No olvidemos que el Espíritu Santo llega antes que el misionero y permanece con él. El impulso del Espíritu Santo sostuvo y motivó a los Apóstoles y a tantos misioneros a no descartar ninguna tierra, pueblo, cultura o situación. No buscaron un terreno con “garantías de éxito”; al contrario, su “garantía” residía en la certeza que ninguna persona y cultura estaba de antemano incapacitada para recibir la semilla de vida, de felicidad y especialmente de la amistad que el Señor le quiere regalar. No esperaron que una cultura fuera afín o sintonizara fácilmente con el Evangelio; por el contrario, se zambulleron en la realidad, se zambulleron en esas realidades nuevas convencidos de la belleza de la que eran portadores.
Toda vida vale a los ojos del Maestro. Ellos eran audaces, valientes, porque sabían principalmente que el Evangelio es un don para ser derramado en todos y para todos: derramados a toda la gente, a los doctores de la ley, pecadores, publicanos, prostitutas, todos los pecadores de ayer como los de hoy. Me gusta señalar que la misión, antes que las actividades para realizar o proyectos para implementar, requiere una mirada y un olfato a cultivar; requiere una preocupación paternal y maternal porque la oveja se pierde cuando el pastor la da por perdida, nunca antes.
Hace tres meses me visitó un misionero francés que trabaja desde hace casi 40 años en el Norte de Tailandia entre las tribus y vino con un grupo de unas 20, 25 personas, todos padres y madres de familia, jóvenes, 25 años, a los cuales él los había bautizado, primera generación y ahora bautizaba a sus hijos. Uno puede pensar: perdiste la vida con 50 personas, con 100 personas, esa fue su semilla y Dios lo consuela, haciendo bautizar a los hijos que él bautizó por primera vez, simplemente, esos tribales del norte de Tailandia, lo vivió como riqueza para evangelizar, no dio por perdida a esa oveja, la asumió.
Uno de los puntos más hermosos de la evangelización es hacernos cargo de que la misión confiada a la Iglesia no reside solo en la proclamación del Evangelio, sino también en aprender a creerle al Evangelio. ¡Cuántos hay que proclaman, proclamamos a veces, en momentos de tentación el Evangelio y no le creemos! Aprender a creer el Evangelio y dejarse tomar y transformar por él; consiste en vivir y en caminar a la luz de la Palabra que tenemos que proclamar.
Nos hará bien recordar al gran Pablo VI, cito: «Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma. Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor» (Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 15).
Así la Iglesia entra en la dinámica discipular de conversión-anuncio, purificada por su Señor, se transforma en testigo por vocación. Una Iglesia en camino, sin miedo a bajar a la calle y confrontarse con la vida misma de las personas que le fueron confiadas, es capaz de abrirse humildemente al Señor y con el Señor vivir el asombro, el estupor de la aventura misionera, sin esa necesidad consciente o inconsciente de querer aparecer ella en primer lugar, ocupando o pretendiendo, vaya a saber qué lugar de preeminencia.
¡Cuánto debemos aprender de ustedes, que en tantos de sus países o regiones son minorías, y a veces minorías ignoradas, obstaculizadas o perseguidas, y no por eso se dejan llevar o contaminar por el síndrome de inferioridad o la queja de no sentirse reconocidos! Van adelante, anuncian, siembran, rezan, esperan y no pierden la alegría.
Hermanos: «Unidos a Jesús, busquemos lo que Él busca, amemos lo que Él ama» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 267), y no tengamos miedo de hacer de sus prioridades nuestras prioridades. Ustedes saben muy bien lo que es una Iglesia pequeña en personas y en recursos, pero ardiente y con ganas de ser instrumento vivo del compromiso del Señor con todas las personas de sus pueblos y ciudades (cf. Conc. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 1). Su compromiso por llevar adelante esa fecundidad evangélica anunciando el kerygma con obras y con palabras en los diferentes ámbitos donde los cristianos se encuentren, es un testimonio contundente.
Una Iglesia misionera sabe que su mejor palabra es dejarse transformar por la Palabra que da Vida, haciendo del servicio su nota definitiva. No somos nosotros quienes disponemos de la misión, y menos nuestras estrategias. Es el Espíritu el verdadero protagonista que a nosotros, pecadores perdonados, nos impulsa y nos envía continuamente a compartir este tesoro en vasijas de barro (cf. 2 Co 4,7); transformados por el Espíritu para transformar cada rincón donde nos toque estar. El martirio de la entrega cotidiana y tantas veces silenciosa dará los frutos que sus pueblos necesitan.
Esta realidad nos impulsa a desarrollar una espiritualidad muy particular. El pastor es una persona que, en primer lugar, ama entrañablemente a su pueblo, ama entrañablemente a su pueblo, conoce su idiosincrasia, sus debilidades y fortalezas. La misión es ciertamente amor por Jesucristo, pero al mismo tiempo es una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo ese amor que nos devuelve la dignidad y nos sostiene, y precisamente allí mismo, si no somos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y se dirige llena de cariño y de ardor hacia todo su pueblo (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 268).
Recordemos que nosotros también somos parte de este pueblo, no somos los patrones, somos parte del pueblo, fuimos elegidos como servidores, no como dueños o amos. Esto significa que debemos acompañar a quienes servimos con paciencia y amabilidad, escuchándolos, respetando su dignidad, impulsando y valorando siempre sus iniciativas apostólicas.
No perdamos de vista que muchas de sus tierras fueron evangelizadas por laicos. No clericalicemos la misión, y mucho menos clericalicemos los laicos. Esos laicos tuvieron la posibilidad de hablar el dialecto de su gente, ejercicio simple y directo de inculturación no teórica ni ideológica, sino fruto del ardor por compartir a Cristo. El santo Pueblo fiel de Dios posee la unción del Santo que estamos llamados a reconocer, a valorar y a expandir. No perdamos esta gracia de ver a Dios actuando en medio de su pueblo, como lo hizo antes, lo hace ahora y lo seguirá haciendo.
Me viene una imagen que no estaba en el programa pero... El pequeño Samuel de noche. Dios respetó al viejo sacerdote, débil de carácter, lo dejaba ser, pero no le habló, le habló a un joven del pueblo, a un muchacho.
De manera particular los invito a que tengan siempre abierta la puerta para sus sacerdotes. Las puertas del corazón. No olvidemos que el prójimo más prójimo del obispo es el sacerdote. Estén cerca de ellos, escúchenlos, busquen acompañarlos en todas las situaciones que ellos enfrenten, especialmente cuando los vean desanimados o apáticos, que es la peor de las tentaciones del demonio, la apatía y el desánimo. Y esto háganlo no como jueces sino como padres, no como gerentes que se sirven de ellos, sino como auténticos hermanos mayores. Creen un clima donde exista la confianza para un diálogo sincero y abierto, buscando y pidiendo la gracia de tener la misma paciencia que el Señor tiene con cada uno de nosotros, ¡que es tanta!
Queridos hermanos: Sé que son múltiples los interrogantes que ustedes tienen que enfrentar en el seno de sus comunidades, tanto a diario como pensando en el porvenir. Nunca perdamos de vista que en ese futuro, tantas veces incierto como cuestionador, es precisamente el Señor mismo quien viene con la fuerza de la Resurrección transformando cada llaga, cada herida, en fuente de vida. Miremos el mañana con la certeza de que no estamos solos, no caminamos solos, no vamos solos, Él nos espera ahí invitándonos a reconocerlo principalmente en el partir el pan.
Supliquemos la intercesión del beato Nicolás y de tantos santos misioneros, para que nuestros pueblos sean renovados con esa misma unción. Puesto que están hoy aquí numerosos Obispos de Asia, aprovecho la ocasión para extender la bendición y mi cariño a todas sus comunidades y, de modo especial, a los enfermos y a todos aquellos que estén pasando por momentos de dificultad. Que el Señor los bendiga, cuide y acompañe siempre y a ustedes que los lleve de su mano y ustedes déjense llevar de la mano del Señor, no busquen otras manos. Y, por favor, no se olviden de rezar y hacer rezar por mí, porque todo lo que les dije a ustedes, me lo tengo que decir también a mi. Muchas gracias.
En su tercer día en Tailandia, el Papa Francisco tuvo un encuentro con la vida religiosa y los alentó a no ceder a la tentación de pensar que son pocos, sino “pequeños instrumentos en las manos creadoras del Señor”, y que su testimonio silencioso de fidelidad y generosidad atraerá más vocaciones para la Iglesia.
Francisco dijo estas palabras a los sacerdotes, religiosos, seminaristas y catequistas que deben trabajar pastoralmente en un país donde casi el 95% de los 65 millones y medio de habitantes son budistas, el 4% son musulmanes y solo el 0,59% son católicos.
Así, en toda Tailandia solo hay 502 parroquias, 566 centros pastorales, 16 obispos, 523 sacerdotes diocesanos, 312 sacerdotes religiosos, 123 religiosos no sacerdotes, 1.461 religiosas, 57 miembros de institutos seculares, 221 misioneros laicos, 1.901 catequistas y 306 seminaristas.
Asimismo, según dijo el Obispo José Pradhan Sridarunsil en sus palabras de bienvenida, la sociedad tailandesa ha experimentado una serie de cambios positivos y negativos que afectan a las familias y sus valores. “Tailandia se está convirtiendo en una sociedad de personas mayores con todos los todos los desafíos que este cambio social trae consigo”, y una disminución de las vocaciones.
A pesar de ello, afirmó Mons. Pradhan Sridarunsil, la Iglesia local es “como una pequeña vela encendida por Cristo en favor de los pobres, la gente vulnerable y excluida. La evangelización empezó en el año 1669 y ha continuado a responder a los signos de los tiempos hasta el momento presente”.
Incluso, pese a “la crisis de una disminución de vocaciones”, los obispos tailandeses establecieron la Sociedad de Misiones Extranjeras de Tailandia “para aliviar con nuestros sacerdotes y religiosos las necesidades de los países vecinos. Es interesante notar que contamos con un creciente número de candidatos en esta sociedad misionera”.
En ese sentido, las palabras del Papa también fueron precedidas por el testimonio de Benedetta Donoran, de 44 años y que nació en una familia budista. Sin embargo, se bautizó en 2012 y ahora es postulante en la Congregación de las Misioneras de María o javerianas.
El Papa Francisco aseguró que mientras escuchaba al obispo y a Benedetta, venía a su interior “un sentimiento de acción de gracias por la vida de tantos misioneros y misioneras que fueron marcando su vida y dejando su huella. Benedetta, nos hablaste de las Hijas de la Caridad”.
Por ello, pidió a los presentes hacer “una acción de gracias a todos estos consagrados que con el silencioso martirio de la fidelidad y entrega cotidiana se volvieron fecundos. No sé si llegaron a poder contemplar o saborear el fruto de la entrega, pero sin duda fueron vidas capaces de engendrar”.
Asimismo, recordó a los presentes que como católicos están “llamados a la fecundidad apostólica, llamados a ser aguerridos luchadores de las cosas que el Señor ama y por las que dio su vida”.
“¿Cómo cultivar la fecundidad apostólica? Es una linda pregunta que podemos hacernos todos y cada uno responderlo desde su corazón (…). Benedetta, tú nos hablaste de cómo el Señor te atrajo por medio de la belleza. Fue la belleza de una imagen de la Virgen que con su mirada particular entró en tu corazón y suscitó el deseo de conocerla más: ¿Quién es esta mujer? No fueron las palabras, ideas abstractas o fríos silogismos. Todo comenzó por una mirada bella que te cautivó”, expresó.
En ese sentido, recordó “esa expresión de Benedicto XVI, que considero paradigmática y hasta profética en estos tiempos: la Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción”.
En el caso de Tailandia, el Papa los alentó a no tener miedo “de querer inculturar el Evangelio cada vez más. Es necesario buscar esas nuevas formas para transmitir la Palabra, capaz de movilizar y despertar el deseo de conocer al Señor: ¿Quién es este hombre? ¿Quiénes son estas personas que siguen a un crucificado?”.
Francisco dijo que con cierto dolor leyó que en Tailandia “para muchos la fe cristiana es una fe extranjera, es la religión de los extranjeros. Esta realidad nos impulsa a buscar la manera de animarnos a decir la fe ‘en dialecto’, a la manera que una madre le canta canciones de cuna a su niño”.
Dijo que esto “es mucho más que realizar traducciones. Es dejar que el Evangelio se desvista de ropajes buenos pero extranjeros, para sonar con la música que a ustedes les es propia en esta tierra y hacer vibrar el alma de nuestros hermanos con la misma belleza que encendió nuestro corazón”. “Los invito a que le recemos a la Virgen, la primera que cautivó con la belleza de su mirada a Benedetta”, expresó.
El Papa Francisco también recordó que “la fecundidad apostólica requiere y se sostiene gracias a cultivar la intimidad de la oración”, como los abuelos que rezan continuamente el Rosario. “Cuántos de nosotros hemos recibido la fe de nuestros abuelos, y los hemos visto así, entre las tareas del hogar, con el rosario en la mano, consagrando toda su jornada”, relató.
“Es vital que hoy la Iglesia anuncie el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras y sin miedo, como personas que cada mañana, en ese cara a cara con el Señor, vuelven a ser enviadas. Sin la oración, toda nuestra vida y misión pierde sentido, fuerza y fervor”, insistió.
En ese sentido, les recomendó volver siempre “a la fuente para beber del agua que da vida. Inmersos en miles de ocupaciones, busquemos siempre el espacio para recordar, en la oración, que el Señor ya ha salvado al mundo y que estamos invitados con Él a hacer tangible esta salvación”.
“Les pido que, por favor, no cedan a la tentación de pensar que son pocos, piensen más bien que son pequeños instrumentos en las manos creadoras del Señor. Él irá escribiendo con sus vidas las mejores páginas de la historia de salvación en estas tierras. No se olviden de rezar y hacer rezar por mí”, concluyó.
El Papa Francisco recordó a los obispos de Tailandia y de la Federación de las Conferencias episcopales asiáticas (FABC) la importancia del servicio y de la evangelización en el encuentro que tuvo este 22 de noviembre en el Santuario del Beato Nicolás Boonkerd Kitbamrung localizado en la ciudad de Bangkok durante su viaje apostólico a Tailandia.
“Recordemos que nosotros también somos parte de este pueblo, no somos los patrones, somos parte del pueblo, fuimos elegidos como servidores, no como dueños o amos. Esto significa que debemos acompañar a quienes servimos con paciencia y amabilidad, escuchándolos, respetando su dignidad, impulsando y valorando siempre sus iniciativas apostólicas”, destacó el Papa.
Al inicio de su discurso, el Santo Padre agradeció a los obispos por su “fraternal bienvenida” y destacó sobre el Beato Nicolás Bunkerd Kitbamrung que “dedicó su vida a la evangelización y la catequesis, formando discípulos del Señor, principalmente aquí en Tailandia, también en parte de Vietnam y a lo largo de la frontera con Laos, y coronó su testimonio de Cristo con el martirio”.
“Pongamos este encuentro bajo su mirada para que su ejemplo impulse en nosotros un gran celo por la evangelización en todas las Iglesias locales de Asia y podamos ser, cada vez más, discípulos misioneros del Señor; así su Buena Noticia pueda ser derramada como bálsamo y perfume en este bello y gran continente”, afirmó.
Además, el Pontífice reconoció que allí “viven en medio de un continente multicultural y multirreligioso, dotado de gran belleza y prosperidad, pero probado al mismo tiempo por una pobreza y explotación extendida a varios niveles. Los rápidos avances tecnológicos pueden abrir inmensas posibilidades que faciliten la vida, pero también pueden dar lugar a un creciente consumismo y materialismo, especialmente entre los jóvenes”.
“Ustedes cargan sobre sus hombros las preocupaciones de sus pueblos, al ver el flagelo de las drogas y el tráfico de personas, la necesidad de atender un gran número de migrantes y refugiados, las malas condiciones de trabajo, la explotación laboral experimentada por muchos, así como la desigualdad económica y social que existe entre los ricos y pobres”, advirtió el Papa.
En esta línea, el Santo Padre los animó a vivir con “fidelidad de la Iglesia a la propia vocación” y estar atentos porque “cualquier estructura nueva se corrompe en poco tiempo, y puede dificultar a nuestro corazón el importante ministerio de la oración y la intercesión”.
Por ello, el Papa Francisco les exortó a mirar “el camino misionero en estas tierras” para tener confianza en que el Espíritu Santo es “el primero en adelantarse y convocar: el Espíritu Santo ‘primerea’ a la Iglesia invitándola a alcanzar todos esos puntos nodales, donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de nuestras ciudades y culturas”.
“No olvidemos que el Espíritu Santo llega antes que el misionero y permanece con él. El impulso del Espíritu Santo sostuvo y motivó a los Apóstoles y a tantos misioneros a no descartar ninguna tierra, pueblo, cultura o situación”, destacó el Papa.
Acerca de los misioneros en estas tierras, el Santo Padre señaló que “no buscaron un terreno con ‘garantías de éxito’; al contrario, su ‘garantía’ residía en la certeza que ninguna persona y cultura estaba de antemano incapacitada para recibir la semilla de vida, de felicidad y especialmente de la amistad que el Señor le quiere regalar” y añadió que “no esperaron que una cultura fuera afín o sintonizara fácilmente con el Evangelio; por el contrario, se zambulleron en la realidad, se zambulleron en esas realidades nuevas convencidos de la belleza de la que eran portadores” .
“Ellos eran audaces, valientes, porque sabían principalmente que el Evangelio es un don para ser derramado en todos y para todos: derramados a toda la gente, a los doctores de la ley, pecadores, publicanos, prostitutas, todos los pecadores de ayer como los de hoy. Me gusta señalar que la misión, antes que las actividades para realizar o proyectos para implementar, requiere una mirada y un olfato a cultivar; requiere una preocupación paternal y maternal porque la oveja se pierde cuando el pastor la da por perdida, nunca antes”, confío.
En este sentido, Francisco citó a San Pablo VI en la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi para recordar que “evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma. Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor”.
“Uno de los puntos más hermosos de la evangelización es hacernos cargo de que la misión confiada a la Iglesia no reside solo en la proclamación del Evangelio, sino también en aprender a creerle al Evangelio. ¡Cuántos hay que proclaman, proclamamos a veces, en momentos de tentación el Evangelio y no le creemos! Aprender a creer el Evangelio y dejarse tomar y transformar por él; consiste en vivir y en caminar a la luz de la Palabra que tenemos que proclamar”, advirtió el Papa.
De este modo, el Papa explicó que “así la Iglesia entra en la dinámica discipular de conversión-anuncio, purificada por su Señor, se transforma en testigo por vocación. Una Iglesia en camino, sin miedo a bajar a la calle y confrontarse con la vida misma de las personas que le fueron confiadas, es capaz de abrirse humildemente al Señor y con el Señor vivir el asombro, el estupor de la aventura misionera, sin esa necesidad consciente o inconsciente de querer aparecer ella en primer lugar, ocupando o pretendiendo, vaya a saber qué lugar de preeminencia”.
“¡Cuánto debemos aprender de ustedes, que en tantos de sus países o regiones son minorías, y a veces minorías ignoradas, obstaculizadas o perseguidas, y no por eso se dejan llevar o contaminar por el síndrome de inferioridad o la queja de no sentirse reconocidos! Van adelante, anuncian, siembran, rezan, esperan y no pierden la alegría”, exclamó.
Asimismo, el Santo Padre aseguró que “el martirio de la entrega cotidiana y tantas veces silenciosa dará los frutos que sus pueblos necesitan” y les recordó que muchas de sus tierras fueron evangelizadas por laicos por lo que les pidió: “no clericalicemos la misión, y mucho menos clericalicemos los laicos. Esos laicos tuvieron la posibilidad de hablar el dialecto de su gente, ejercicio simple y directo de inculturación no teórica ni ideológica, sino fruto del ardor por compartir a Cristo”.
“De manera particular los invito a que tengan siempre abierta la puerta para sus sacerdotes. Las puertas del corazón. No olvidemos que el prójimo más prójimo del obispo es el sacerdote. Estén cerca de ellos, escúchenlos, busquen acompañarlos en todas las situaciones que ellos enfrenten, especialmente cuando los vean desanimados o apáticos, que es la peor de las tentaciones del demonio, la apatía y el desánimo. Y esto háganlo no como jueces sino como padres, no como gerentes que se sirven de ellos, sino como auténticos hermanos mayores. Creen un clima donde exista la confianza para un diálogo sincero y abierto, buscando y pidiendo la gracia de tener la misma paciencia que el Señor tiene con cada uno de nosotros, ¡que es tanta!”, pidió el Papa.
Por último, el Papa los animó a tener la certeza de que “no estamos solos, no caminamos solos, no vamos solos, Él nos espera ahí invitándonos a reconocerlo principalmente en el partir el pan. Supliquemos la intercesión del beato Nicolás y de tantos santos misioneros, para que nuestros pueblos sean renovados con esa misma unción”.
“Puesto que están hoy aquí numerosos obispos de Asia, aprovecho la ocasión para extender la bendición y mi cariño a todas sus comunidades y, de modo especial, a los enfermos y a todos aquellos que estén pasando por momentos de dificultad. Que el Señor los bendiga, cuide y acompañe siempre y a ustedes que los lleve de su mano y ustedes déjense llevar de la mano del Señor, no busquen otras manos. Y, por favor, no se olviden de rezar y hacer rezar por mí, porque todo lo que les dije a ustedes, me lo tengo que decir también a mi”, concluyó.
Al finalizar el encuentro, el Papa Francisco saludó a cada uno de los obispos presentes y bendijo a los fieles que estaban afuera del Santuario.
Al término este 22 de noviembre del encuentro con los sacerdotes, religiosos, seminaristas y catequistas en Tailandia, el Papa Francisco invitó a todos a recitar la siguiente oración para pedir a Cristo para que en más familias nazcan vocaciones al sacerdocio y la vida religiosa.
La oración, adaptada del Mensaje del Papa por el 51° Día Mundial de la Oración por las Vocaciones, es la siguiente:
Señor de la cosecha,
Bendice a la juventud con el don de la valentía para que respondan a tu llamado. Abre sus corazones a grandes ideales y a grandes cosas.
Inspira a todos tus discípulos al amor y servicio mutuo—Para que florezcan vocaciones en la tierra fértil de tu pueblo fiel.
Inculca en los que viven la vida religiosa, sirven en ministerios parroquiales y nuestras familias, la confianza y la gracia de invitar a otros a abrazar el camino audaz y noble de una vida consagrada a Ti.
Únenos a Jesús a través de la oración y los sacramentos para poder cooperar contigo en la construcción del Reino de la misericordia, de la verdad, de la justicia y de la paz. Amén.
Este viernes 22 de noviembre, en su tercer día de visita en Tailandia, el Papa Francisco tuvo un encuentro con sacerdotes, catequistas y la vida consagrada, en el que escuchó el testimonio de Benedetta Donoran, una postulante de las javerianas que le relató cómo conocer a la Virgen María le impulsó a convertirse del budismo al catolicismo y descubrir su vocación religiosa.
Benedetta, que nació en 1975, compartió su testimonio en la parroquia San Pedro, en la capital Bangkok, y relató que se bautizó en el 2012 “y ahora soy una postulante en la Congregación de las Misioneras de María o las Javerianas”.
“Todos los miembros de mi familia son budistas y practican las enseñanzas de Buda, como las practicaba yo cuando era joven. El hacer el bien es lo que nos hace libres y lo que nos conduce al cielo”, empezó Benedetta.
“Aquellos que hacen el bien recibirán una recompensa. ¿Por qué tiene Jesús que sufrir las consecuencias de nuestros pecados? Cuando era niña tuve la oportunidad de ir al colegio de mi pueblo, de la Inmaculada Concepción de María. Entonces tenía 15 años. Las hermanas Hijas de la Caridad nos invitaron a las niñas a ir a la misa del domingo. Entré en la iglesia con algunas de mis amigas y vi la estatua de una mujer. No sabía quién era, pero era muy hermosa. Me impresionó el modo como me miraba. Luego vi la imagen de un hombre crucificado. Me asustó”, relató.
Sin embargo, “desde aquel día empecé a ir a Misa todos los domingos sin sentirme obligada a ello. Tenía una gran confianza en María. Así empecé a conocer a María y a Jesús mejor. No creía que Jesús fuera Dios y me preguntaba cómo puede un hombre borrar los pecados de otros hombres. Recitaba el rosario que las hermanas me habían enseñado a rezar y asistía a la Misa con otra gente católica”.
Indicó que siguió “estudiando y trabajando en la misma escuela. Cuando tenía 33 años decidí proseguir mi ideal, que era el dedicarme a trabajar por el bien de la sociedad como una maestra voluntaria trabajando en pequeños pueblos. Un día iba camino de Chiangmai cuando me encontré con el P. Raffaele Manenti, un misionero del PIME. Decidí ir con él a la Casa de Los Ángeles, una casa que acoge a niños discapacitados, y está bajo el cuidado de la iglesia de Nuestra Señora de la Merced en la provincia de Nonthaburi. Al cabo de algún tiempo, y por simple curiosidad, fui a visitar a un grupo de catecúmenos”.
Benedetta dijo que “quería saber qué hacían. Aprendí algo sobre Jesús y tuve oportunidad de escuchar el Evangelio. Sentí que su palabra estaba actuando dentro de mi corazón como un bisturí. Me sentí confusa por las exigencias de su palabra”.
“No quería echarme para atrás. Pero sentía que el seguir escuchando sus palabras era como jugar con fuego. El sentimiento de inquietud e incomodidad siguieron creciendo. Una noche, mientras estaba medio dormida, oí una voz que me dijo: ‘¡Vete a buscar trabajo en otra parte! ¡Aléjate de esta gente!’ Pero también oí otra voz que me dijo: ‘¡Te, te quiero!’ Esta última voz llenó mi corazón de serenidad y de paz”, afirmó.
Relató que “al cabo de un año pedí recibir el Bautismo. El sacerdote me lo negó y me dijo que tenía que esperar más tiempo. La verdad es que no estaba todavía preparada para recibir el sacramento del Bautismo. Sólo quería deshacerme del sentimiento de inquietud. No estaba pidiendo la misericordia de Dios. Poco a poco me fui dando cuenta de que el Bautismo no es fruto de nuestros méritos. Lo recibimos como un don de Dios”.
La mujer siguió “estudiando catecismo un año más. Solo entonces, de rodillas, pedí a Dios que tuviera misericordia de mí. Recibí la gracia de la conversión de corazón. Gracias al bautismo morí a mí misma y renací de nuevo en nuestro Señor Jesucristo. Me dejé vencer por el amor de Dios y por su paciencia que esperaban a que su hija retornara a Él”.
“No hubiera creído nunca si no es por la experiencia que tuve de ser amada por Dios. Dios es amor y se ha manifestado a nosotros en Jesucristo. Yo le he encontrado. Esta es la Buena Nueva en mi vida. La misma Buena Nueva que Pablo, el apóstol de los gentiles, nos dice: “Por la gracia que de Dios me ha dado, para ser ministro de Jesucristo para los gentiles, en el ministerio del evangelio de Dios, para que la ofrenda de los gentiles sea acepta y santificada por el Espíritu Santo”.
Benedetta aseguró que “esta es la misma Buena Nueva a la que ahora quiero dedicar mi vida. Continuaré buscando la voluntad de Dios. Le doy gracias por el gran don de su Hijo y del Espíritu Santo que ha iluminado mi vida, y por los misioneros que ha enviado para ser testigos de su amor aquí en Tailandia. En verdad la Palabra de Dios no es una simple palabra escrita en un libro sino que es la Palabra llena de vida y portadora de vida”.
El testimonio de Benedetta fue recogida por el Papa Francisco en su discurso para elevar “un sentimiento de acción de gracias por la vida de tantos misioneros y misioneras” que fueron marcando la vida y dejando su huella en la futura religiosa.
“¿Cómo cultivar la fecundidad apostólica? Benedetta, tú nos hablaste de cómo el Señor te atrajo por medio de la belleza. Fue la belleza de una imagen de la Virgen que con su mirada particular entró en tu corazón y suscitó el deseo de conocerla más: ¿Quién es esta mujer? No fueron las palabras, ideas abstractas o fríos silogismos”, dijo el Papa.
Francisco destacó que en la ahora conversa al catolicismo “todo comenzó por una mirada bella que te cautivó. Cuánta sabiduría esconden tus palabras. Despertar a la belleza, al asombro, al estupor, capaz de abrir nuevos horizontes y sembrar cuestionamientos”.
En ese sentido, el Papa agradeció a los sacerdotes y religiosos de Tailandia por su “vida, testimonio y entrega generosa”, sobre todo en un país donde los católicos son solo el 0,59% de los 65 millones de habitantes.
“Les pido que, por favor, no cedan a la tentación de pensar que son pocos, piensen más bien que son pequeños instrumentos en las manos creadoras del Señor. Él irá escribiendo con sus vidas las mejores páginas de la historia de salvación en estas tierras”, les aseguró el Pontífice.
El Papa en Tailandia: Cooperación entre religiones es apremiante para la humanidad actual
Este viernes 22, antes de acudir a la Catedral de la Asunción para la Misa con los jóvenes, el Papa Francisco llegó a la Chulalongkorn University de Bangkok para su encuentro con los líderes de otras confesiones cristianas y de otras religiones, a quienes dijo que la cooperación entre religiones es más apremiante para afrontar los desafíos del mundo actual.
Mons. Joseph Chusak Sirisut, Obispo de Nakhon Ratchasima y presidente de la Comisión para el Diálogo Inter-Religioso y Ecuménico de la Conferencia Episcopal de Tailandia, indicó que entre los asistentes estaban los líderes tailandeses del budismo, islamismo, brahmin-hinduismo y sikkhism; además de líderes de otras denominaciones cristianas, como los ortodoxos. Asimismo, asistieron académicos. En total el auditorio acogió unas 1.500 personas.
Esta universidad, la primera de Tailandia, fue fundada en 1917 y toma el nombre del rey Chulalongkorn, quien en 1897 visitó Roma y se convirtió en ser el primer jefe de un Estado no cristiano en ser recibido en el Vaticano. La audiencia la tuvo con el Papa León XIII.
El Papa Francisco dijo que el recuerdo del reinado de este monarca, “caracterizado entre tantas virtudes por la abolición de la esclavitud, nos cuestiona y nos anima a asumir un protagonismo tenaz en el camino del diálogo y del entendimiento mutuo”.
“Esto habría que hacerlo en un espíritu de compromiso fraterno que ayude a poner fin a tantas esclavitudes que persisten en nuestros días, pienso especialmente en el flagelo del tráfico y de la trata de personas”, añadió.
En ese sentido, Francisco reiteró su llamado a trabajar por un mayor entendimiento y cooperación entre las diferentes religiones, algo que es “más apremiante para la humanidad actual” que enfrenta problemáticas complejas “como la globalización económico-financiera y sus graves consecuencias en el desarrollo de las sociedades locales” o los rápidos avances, que aparentemente promueven un mundo mejor, pero que “conviven con la trágica persistencia de conflictos civiles: migratorios, refugiados, hambrunas y bélicos; y también con la degradación y destrucción de nuestra casa común”.
“Se acabaron las épocas donde la lógica de la insularidad podía predominar en la concepción del tiempo y del espacio, e imponerse como mecanismo válido para la resolución de los conflictos. Hoy es tiempo de atreverse a imaginar la lógica del encuentro y del diálogo mutuo como camino, la colaboración común como conducta y el conocimiento recíproco como método y criterio”, afirmó.
El Santo Padre señaló que en la resolución de los conflictos, las universidades y las religiones tienen mucho para aportar “sin necesidad de renunciar a las propias notas esenciales y dones particulares”.
“Estos tiempos –indicó– nos exigen construir bases sólidas, ancladas en el respeto y reconocimiento de la dignidad de las personas, en la promoción de un humanismo integral capaz de reconocer y reclamar la defensa de nuestra casa común (…). Las grandes tradiciones religiosas de nuestro mundo dan testimonio de un patrimonio espiritual, trascendente y ampliamente compartido, que puede ofrecer sólidos aportes en este sentido, si somos capaces de aventurarnos a no tener miedo de encontrarnos”.
Francisco también alentó a prestar atención a los pobres, los pueblos indígenas y las minorías religiosas. En ese sentido, “abrazar el imperativo de defender la dignidad humana y respetar los derechos de conciencia y libertad religiosa”.
El Papa destacó el respeto que en Tailandia existe por los ancianos. Dijo que esto les ayuda a mantener sus raíces y evitar que el pueblo se marchite “detrás de determinados slogans que terminan por vaciar e hipotecar el alma de las nuevas generaciones”.
Existe, denunció, “una tendencia a ‘homogeneizar’ a los jóvenes, a disolver las diferencias propias de su lugar de origen, a convertirlos en seres manipulables hechos en serie. Así se produce una destrucción cultural, que es tan grave como la desaparición de especies”.
Por ello, alentó a los líderes tailandeses a hacer “descubrir a los más jóvenes el bagaje cultural de la sociedad en la que viven”, pues “es un verdadero acto de amor hacia ellos, en vista de su crecimiento y de las decisiones que deberán tomar”.
Francisco también destacó la importancia de instituciones educativas como las universidades, pues “la investigación, el conocimiento, ayudan a abrir nuevos caminos para reducir la desigualdad entre las personas, fortalecer la justicia social, defender la dignidad humana, buscar las formas de resolución pacífica de conflictos y preservar los recursos que dan vida a nuestra tierra”.
“Todos somos miembros de la familia humana y cada uno, desde el lugar que ocupa, está invitado a ser actor y gestor directo en la construcción de una cultura basada en valores compartidos, que conduzcan a la unidad, al respeto mutuo y a la convivencia armoniosa”, afirmó el Papa, que ofreció su oración y mejores deseos por los esfuerzos “orientados a servir el desarrollo de Tailandia en prosperidad y paz”.
Homilía del Papa Francisco en la Misa celebrada en la catedral de Bangkok
La catedral de la Asunción de Bangkok acogió este viernes 22 de noviembre la Misa celebrada por el Papa Francisco con los jóvenes en el contexto de su viaje apostólico a Tailandia, que finalizará mañana sábado 23 de noviembre.
En su homilía, el Pontífice dijo a los jóvenes que, por medio de ellos, “entra el futuro en estas tierras y en el mundo, y con ustedes cuenta para llevar adelante su misión”.
“Así como Dios tenía un plan para el pueblo elegido, también tiene un plan para cada uno de ustedes. Él es el primero en soñar con invitarnos a todos a un banquete que tenemos que preparar juntos, Él y nosotros, como comunidad: el banquete de su Reino en el que nadie puede quedar afuera”.
A continuación, la homilía completa del Papa Francisco
¡Salgamos al encuentro de Cristo el Señor que viene!
El evangelio que acabamos de escuchar nos invita a ponernos en movimiento y mirar al futuro para encontrarnos con lo más hermoso que nos quiere regalar: la venida definitiva de Cristo a nuestras vidas y a nuestro mundo. ¡Démosle la bienvenida en medio nuestro con inmensa alegría y amor, como sólo ustedes jóvenes lo pueden hacer!
Antes que nosotros salgamos a buscarlo, sabemos que el Señor nos busca, viene a nuestro encuentro y nos llama desde la necesidad de una historia por hacer, por crear e inventar. Vamos hacia adelante con alegría porque sabemos que allí nos espera.
El Señor sabe que, por medio de ustedes, jóvenes, entra el futuro en estas tierras y en el mundo, y con ustedes cuenta para llevar adelante su misión hoy (cf. Exhort. ap. postsin. Christus vivit, 174). Así como Dios tenía un plan para el pueblo elegido, también tiene un plan para cada uno de ustedes. Él es el primero en soñar con invitarnos a todos a un banquete que tenemos que preparar juntos, Él y nosotros, como comunidad: el banquete de su Reino en el que nadie puede quedar afuera.
El evangelio de hoy nos habla de diez jóvenes invitadas a mirar el futuro y formar parte de la fiesta del Señor. El problema fue que sólo algunas de ellas estaban preparadas para recibirlo; no porque se hayan quedado dormidas sino porque les faltó el aceite necesario, el combustible interior para mantener encendido el fuego del amor.
Tenían un gran impulso y motivación, querían participar del llamado y la convocatoria del Maestro, pero con el tiempo se fueron apagando, se les fueron agotando las fuerzas y las ganas, y llegaron tarde. Una parábola de lo que nos puede suceder a todos los cristianos cuando, llenos de impulsos y ganas, sentimos el llamado del Señor a tomar parte en su Reino y a compartir su alegría con los demás.
Es frecuente que, frente a los problemas y obstáculos, —y que muchas veces son tantos, como cada uno de ustedes en su corazón sabe muy bien—; frente al sufrimiento de personas queridas, o a la impotencia de experimentar situaciones que parecen imposibles de ser cambiadas, entonces la incredulidad y la amargura pueden ganar espacio e infiltrarse silenciosamente en nuestros sueños, haciendo que se enfríe nuestro corazón, se pierda la alegría y que lleguemos tarde.
Por eso, me gustaría preguntarles: ¿Quieren mantener vivo el fuego capaz de iluminarlos en medio de la noche y de las dificultades?, ¿quieren prepararse para responder al llamado del Señor?, ¿quieren estar listos para hacer su voluntad?
¿Cómo procurarse el aceite que los mantiene en movimiento y los impulsa a buscar al Señor en cada situación?
Ustedes son herederos de una hermosa historia de evangelización que les fue transmitida como un tesoro sagrado. Esta hermosa catedral es testigo de la fe en Jesucristo que tuvieron sus antepasados: su fidelidad, profundamente arraigada, los impulsó a hacer buenas obras, a construir ese otro templo más hermoso todavía, compuesto de piedras vivas para poder llevar el amor misericordioso de Dios a las personas de su tiempo.
Pudieron hacer esto porque estaban convencidos de lo que el profeta Oseas proclamó en la primera lectura de hoy: Dios les había hablado con ternura, los había abrazado con firme amor para siempre (cf. Os 2,14.19).
Queridos amigos, para que el fuego del Espíritu no se apague, y puedan mantener viva la mirada y el corazón, es necesario estar bien arraigados en la fe de nuestros mayores: padres, abuelos y maestros. No para quedarse presos del pasado, sino para aprender a tener ese coraje capaz de ayudarnos a responder a las nuevas situaciones históricas. La de ellos fue una vida que resistió muchas pruebas y mucho sufrimiento
Pero en el camino, descubrieron que el secreto de un corazón feliz es la seguridad que encontramos cuando estamos anclados, enraizados en Jesús: en su vida, en sus palabras, en su muerte y resurrección.
«A veces he visto árboles jóvenes, bellos, que elevaban sus ramas al cielo buscando siempre más, y parecían un canto de esperanza. Más adelante, después de una tormenta, los encontré caídos, sin vida. Porque tenían pocas raíces, habían desplegado sus ramas sin arraigarse bien en la tierra, y así sucumbieron ante los embates de la naturaleza.
Por eso me duele ver que algunos les propongan a los jóvenes construir un futuro sin raíces, como si el mundo comenzara ahora. Porque “es imposible que alguien crezca si no tiene raíces fuertes que ayuden a estar bien sostenido y agarrado a la tierra. Es fácil ‘volarse’ cuando no hay desde donde agarrarse, de donde sujetarse”» (Exhort. ap. postsin. Christus vivit, 179).
Sin este firme sentido de arraigo, podemos quedar desconcertados por las “voces” de este mundo que compiten por nuestra atención. Muchas de ellas son atractivas, propuestas bien maquilladas que al inicio parecen bellas e intensas, aunque con el tiempo solamente terminan dejando vacío, cansancio, soledad y desgana (cf. ibíd., 277), y van apagando esa chispa de vida que el Señor encendió un día en cada uno.
Queridos jóvenes: Ustedes son una nueva generación, con nuevas esperanzas, sueños y preguntas; seguramente también con algunas dudas pero, arraigados en Cristo, los invito a mantener viva la alegría y a no tener miedo de mirar el futuro con confianza. Arraigados en Cristo, miren con alegría y confianza.
Esta situación nace de saberse buscados, encontrados y amados infinitamente por el Señor. La amistad cultivada con Jesucristo es el aceite necesario para iluminar el camino, vuestro camino, pero también el de todos los que los rodean: amigos, vecinos, compañeros de estudio y trabajo, incluso el de aquellos que están en total desacuerdo con ustedes.
¡Salgamos al encuentro de Cristo el Señor que viene! No le tengan miedo al futuro ni se dejen achicar; por el contrario, sepan que ahí el Señor los está esperando para preparar y celebrar la fiesta de su Reino.
El Papa invita a los jóvenes de Tailandia a mirar el futuro con confianza
Este viernes 22, antes de acudir a la Catedral de la Asunción para la Misa con los jóvenes, el Papa Francisco llegó a la Chulalongkorn University de Bangkok para su encuentro con los líderes de otras confesiones cristianas y de otras religiones, a quienes dijo que la cooperación entre religiones es más apremiante para afrontar los desafíos del mundo actual.
Mons. Joseph Chusak Sirisut, Obispo de Nakhon Ratchasima y presidente de la Comisión para el Diálogo Inter-Religioso y Ecuménico de la Conferencia Episcopal de Tailandia, indicó que entre los asistentes estaban los líderes tailandeses del budismo, islamismo, brahmin-hinduismo y sikkhism; además de líderes de otras denominaciones cristianas, como los ortodoxos. Asimismo, asistieron académicos. En total el auditorio acogió unas 1.500 personas.
Esta universidad, la primera de Tailandia, fue fundada en 1917 y toma el nombre del rey Chulalongkorn, quien en 1897 visitó Roma y se convirtió en ser el primer jefe de un Estado no cristiano en ser recibido en el Vaticano. La audiencia la tuvo con el Papa León XIII.
El Papa Francisco dijo que el recuerdo del reinado de este monarca, “caracterizado entre tantas virtudes por la abolición de la esclavitud, nos cuestiona y nos anima a asumir un protagonismo tenaz en el camino del diálogo y del entendimiento mutuo”.
“Esto habría que hacerlo en un espíritu de compromiso fraterno que ayude a poner fin a tantas esclavitudes que persisten en nuestros días, pienso especialmente en el flagelo del tráfico y de la trata de personas”, añadió.
En ese sentido, Francisco reiteró su llamado a trabajar por un mayor entendimiento y cooperación entre las diferentes religiones, algo que es “más apremiante para la humanidad actual” que enfrenta problemáticas complejas “como la globalización económico-financiera y sus graves consecuencias en el desarrollo de las sociedades locales” o los rápidos avances, que aparentemente promueven un mundo mejor, pero que “conviven con la trágica persistencia de conflictos civiles: migratorios, refugiados, hambrunas y bélicos; y también con la degradación y destrucción de nuestra casa común”.
“Se acabaron las épocas donde la lógica de la insularidad podía predominar en la concepción del tiempo y del espacio, e imponerse como mecanismo válido para la resolución de los conflictos. Hoy es tiempo de atreverse a imaginar la lógica del encuentro y del diálogo mutuo como camino, la colaboración común como conducta y el conocimiento recíproco como método y criterio”, afirmó.
El Santo Padre señaló que en la resolución de los conflictos, las universidades y las religiones tienen mucho para aportar “sin necesidad de renunciar a las propias notas esenciales y dones particulares”.
“Estos tiempos –indicó– nos exigen construir bases sólidas, ancladas en el respeto y reconocimiento de la dignidad de las personas, en la promoción de un humanismo integral capaz de reconocer y reclamar la defensa de nuestra casa común (…). Las grandes tradiciones religiosas de nuestro mundo dan testimonio de un patrimonio espiritual, trascendente y ampliamente compartido, que puede ofrecer sólidos aportes en este sentido, si somos capaces de aventurarnos a no tener miedo de encontrarnos”.
Francisco también alentó a prestar atención a los pobres, los pueblos indígenas y las minorías religiosas. En ese sentido, “abrazar el imperativo de defender la dignidad humana y respetar los derechos de conciencia y libertad religiosa”.
El Papa destacó el respeto que en Tailandia existe por los ancianos. Dijo que esto les ayuda a mantener sus raíces y evitar que el pueblo se marchite “detrás de determinados slogans que terminan por vaciar e hipotecar el alma de las nuevas generaciones”.
Existe, denunció, “una tendencia a ‘homogeneizar’ a los jóvenes, a disolver las diferencias propias de su lugar de origen, a convertirlos en seres manipulables hechos en serie. Así se produce una destrucción cultural, que es tan grave como la desaparición de especies”.
Por ello, alentó a los líderes tailandeses a hacer “descubrir a los más jóvenes el bagaje cultural de la sociedad en la que viven”, pues “es un verdadero acto de amor hacia ellos, en vista de su crecimiento y de las decisiones que deberán tomar”.
Francisco también destacó la importancia de instituciones educativas como las universidades, pues “la investigación, el conocimiento, ayudan a abrir nuevos caminos para reducir la desigualdad entre las personas, fortalecer la justicia social, defender la dignidad humana, buscar las formas de resolución pacífica de conflictos y preservar los recursos que dan vida a nuestra tierra”.
“Todos somos miembros de la familia humana y cada uno, desde el lugar que ocupa, está invitado a ser actor y gestor directo en la construcción de una cultura basada en valores compartidos, que conduzcan a la unidad, al respeto mutuo y a la convivencia armoniosa”, afirmó el Papa, que ofreció su oración y mejores deseos por los esfuerzos “orientados a servir el desarrollo de Tailandia en prosperidad y paz”.
La catedral de la Asunción de Bangkok acogió este viernes 22 de noviembre la Misa celebrada por el Papa Francisco con los jóvenes en el contexto de su viaje apostólico a Tailandia, que finalizará mañana sábado 23 de noviembre.
En su homilía, el Pontífice dijo a los jóvenes que, por medio de ellos, “entra el futuro en estas tierras y en el mundo, y con ustedes cuenta para llevar adelante su misión”.
“Así como Dios tenía un plan para el pueblo elegido, también tiene un plan para cada uno de ustedes. Él es el primero en soñar con invitarnos a todos a un banquete que tenemos que preparar juntos, Él y nosotros, como comunidad: el banquete de su Reino en el que nadie puede quedar afuera”.
A continuación, la homilía completa del Papa Francisco
¡Salgamos al encuentro de Cristo el Señor que viene!
El evangelio que acabamos de escuchar nos invita a ponernos en movimiento y mirar al futuro para encontrarnos con lo más hermoso que nos quiere regalar: la venida definitiva de Cristo a nuestras vidas y a nuestro mundo. ¡Démosle la bienvenida en medio nuestro con inmensa alegría y amor, como sólo ustedes jóvenes lo pueden hacer!
Antes que nosotros salgamos a buscarlo, sabemos que el Señor nos busca, viene a nuestro encuentro y nos llama desde la necesidad de una historia por hacer, por crear e inventar. Vamos hacia adelante con alegría porque sabemos que allí nos espera.
El Señor sabe que, por medio de ustedes, jóvenes, entra el futuro en estas tierras y en el mundo, y con ustedes cuenta para llevar adelante su misión hoy (cf. Exhort. ap. postsin. Christus vivit, 174). Así como Dios tenía un plan para el pueblo elegido, también tiene un plan para cada uno de ustedes. Él es el primero en soñar con invitarnos a todos a un banquete que tenemos que preparar juntos, Él y nosotros, como comunidad: el banquete de su Reino en el que nadie puede quedar afuera.
El evangelio de hoy nos habla de diez jóvenes invitadas a mirar el futuro y formar parte de la fiesta del Señor. El problema fue que sólo algunas de ellas estaban preparadas para recibirlo; no porque se hayan quedado dormidas sino porque les faltó el aceite necesario, el combustible interior para mantener encendido el fuego del amor.
Tenían un gran impulso y motivación, querían participar del llamado y la convocatoria del Maestro, pero con el tiempo se fueron apagando, se les fueron agotando las fuerzas y las ganas, y llegaron tarde. Una parábola de lo que nos puede suceder a todos los cristianos cuando, llenos de impulsos y ganas, sentimos el llamado del Señor a tomar parte en su Reino y a compartir su alegría con los demás.
Es frecuente que, frente a los problemas y obstáculos, —y que muchas veces son tantos, como cada uno de ustedes en su corazón sabe muy bien—; frente al sufrimiento de personas queridas, o a la impotencia de experimentar situaciones que parecen imposibles de ser cambiadas, entonces la incredulidad y la amargura pueden ganar espacio e infiltrarse silenciosamente en nuestros sueños, haciendo que se enfríe nuestro corazón, se pierda la alegría y que lleguemos tarde.
Por eso, me gustaría preguntarles: ¿Quieren mantener vivo el fuego capaz de iluminarlos en medio de la noche y de las dificultades?, ¿quieren prepararse para responder al llamado del Señor?, ¿quieren estar listos para hacer su voluntad?
¿Cómo procurarse el aceite que los mantiene en movimiento y los impulsa a buscar al Señor en cada situación?
Ustedes son herederos de una hermosa historia de evangelización que les fue transmitida como un tesoro sagrado. Esta hermosa catedral es testigo de la fe en Jesucristo que tuvieron sus antepasados: su fidelidad, profundamente arraigada, los impulsó a hacer buenas obras, a construir ese otro templo más hermoso todavía, compuesto de piedras vivas para poder llevar el amor misericordioso de Dios a las personas de su tiempo.
Pudieron hacer esto porque estaban convencidos de lo que el profeta Oseas proclamó en la primera lectura de hoy: Dios les había hablado con ternura, los había abrazado con firme amor para siempre (cf. Os 2,14.19).
Queridos amigos, para que el fuego del Espíritu no se apague, y puedan mantener viva la mirada y el corazón, es necesario estar bien arraigados en la fe de nuestros mayores: padres, abuelos y maestros. No para quedarse presos del pasado, sino para aprender a tener ese coraje capaz de ayudarnos a responder a las nuevas situaciones históricas. La de ellos fue una vida que resistió muchas pruebas y mucho sufrimiento
Pero en el camino, descubrieron que el secreto de un corazón feliz es la seguridad que encontramos cuando estamos anclados, enraizados en Jesús: en su vida, en sus palabras, en su muerte y resurrección.
«A veces he visto árboles jóvenes, bellos, que elevaban sus ramas al cielo buscando siempre más, y parecían un canto de esperanza. Más adelante, después de una tormenta, los encontré caídos, sin vida. Porque tenían pocas raíces, habían desplegado sus ramas sin arraigarse bien en la tierra, y así sucumbieron ante los embates de la naturaleza.
Por eso me duele ver que algunos les propongan a los jóvenes construir un futuro sin raíces, como si el mundo comenzara ahora. Porque “es imposible que alguien crezca si no tiene raíces fuertes que ayuden a estar bien sostenido y agarrado a la tierra. Es fácil ‘volarse’ cuando no hay desde donde agarrarse, de donde sujetarse”» (Exhort. ap. postsin. Christus vivit, 179).
Sin este firme sentido de arraigo, podemos quedar desconcertados por las “voces” de este mundo que compiten por nuestra atención. Muchas de ellas son atractivas, propuestas bien maquilladas que al inicio parecen bellas e intensas, aunque con el tiempo solamente terminan dejando vacío, cansancio, soledad y desgana (cf. ibíd., 277), y van apagando esa chispa de vida que el Señor encendió un día en cada uno.
Queridos jóvenes: Ustedes son una nueva generación, con nuevas esperanzas, sueños y preguntas; seguramente también con algunas dudas pero, arraigados en Cristo, los invito a mantener viva la alegría y a no tener miedo de mirar el futuro con confianza. Arraigados en Cristo, miren con alegría y confianza.
Esta situación nace de saberse buscados, encontrados y amados infinitamente por el Señor. La amistad cultivada con Jesucristo es el aceite necesario para iluminar el camino, vuestro camino, pero también el de todos los que los rodean: amigos, vecinos, compañeros de estudio y trabajo, incluso el de aquellos que están en total desacuerdo con ustedes.
¡Salgamos al encuentro de Cristo el Señor que viene! No le tengan miedo al futuro ni se dejen achicar; por el contrario, sepan que ahí el Señor los está esperando para preparar y celebrar la fiesta de su Reino.
El Papa Francisco invitó a los jóvenes de Tailandia a “mirar el futuro con confianza”, sin miedo y con alegría.
“Ustedes son una nueva generación, con nuevas esperanzas, sueños y preguntas; seguramente también con algunas dudas, pero, arraigados en Cristo, los invito a mantener viva la alegría y a no tener miedo de mirar el futuro con confianza. Arraigados en Cristo, miren con alegría y confianza”.
El Pontífice realizó esta enseñanza en la Misa para los jóvenes que celebró este viernes 22 de noviembre en la Catedral de la Asunción de Bangkok, en el contexto del viaje apostólico que está realizando a Tailandia y Japón.
Esta catedral es un lugar emblemático para los católicos tailandeses. Finalizada en 1821, gracias a la iniciativa de un misionero francés, se convirtió en el punto de referencia de los cristianos que llegaban a Bangkok.
Aunque sufrió numerosos daños durante los bombardeos producidos en la Segunda Guerra Mundial, la iglesia fue restaurada y renovada. El Papa San Juan Pablo II la visitó el 11 de mayo de 1984 durante el viaje apostólico que realizó a Corea, Papúa Nueva Guinea, las Islas Salomón y Tailandia.
En su homilía, el Papa Francisco reflexionó sobre la parábola de las diez jóvenes que debían esperar al novio. Ante la tardanza del novio se durmieron todas ellas y, cuando por fin llegó y se despertaron, cinco de ellas vieron que no tenían aceite en sus lámparas. Al ir a comprar más aceite, llegaron tarde a la boda y ya no pudieron entrar al banquete.
“El evangelio de hoy nos habla de diez jóvenes invitadas a mirar el futuro y formar parte de la fiesta del Señor. El problema fue que sólo algunas de ellas estaban preparadas para recibirlo; no porque se hayan quedado dormidas sino porque les faltó el aceite necesario, el combustible interior para mantener encendido el fuego del amor”.
Explicó el Papa que las jóvenes del Evangelio “tenían un gran impulso y motivación, querían participar del llamado y la convocatoria del Maestro, pero con el tiempo se fueron apagando, se les fueron agotando las fuerzas y las ganas, y llegaron tarde. Una parábola de lo que nos puede suceder a todos los cristianos cuando, llenos de impulsos y ganas, sentimos el llamado del Señor a tomar parte en su Reino y a compartir su alegría con los demás”.
El Papa Francisco se dirigió a los jóvenes y les aseguró que “el Señor sabe que, por medio de ustedes, jóvenes, entra el futuro en estas tierras y en el mundo, y con ustedes cuenta para llevar adelante su misión hoy. Así como Dios tenía un plan para el pueblo elegido, también tiene un plan para cada uno de ustedes”.
Explicó que “es frecuente que, frente a los problemas y obstáculos; frente al sufrimiento de personas queridas, o a la impotencia de experimentar situaciones que parecen imposibles de ser cambiadas, entonces la incredulidad y la amargura pueden ganar espacio e infiltrarse silenciosamente en nuestros sueños, haciendo que se enfríe nuestro corazón, se pierda la alegría y que lleguemos tarde”.
“Por eso, me gustaría preguntarles: ¿Quieren mantener vivo el fuego capaz de iluminarlos en medio de la noche y de las dificultades?, ¿quieren prepararse para responder al llamado del Señor?, ¿quieren estar listos para hacer su voluntad?”.
El Papa continuó: “¿Cómo procurarse el aceite que los mantiene en movimiento y los impulsa a buscar al Señor en cada situación?
Asimismo, mostró su deseo de que “el fuego del Espíritu no se apague, y puedan mantener viva la mirada y el corazón, es necesario estar bien arraigados en la fe de nuestros mayores: padres, abuelos y maestros. No para quedarse presos del pasado, sino para aprender a tener ese coraje capaz de ayudarnos a responder a las nuevas situaciones históricas”.
La vida de los que padres en la fe “fue una vida que resistió muchas pruebas y mucho sufrimiento. Pero en el camino, descubrieron que el secreto de un corazón feliz es la seguridad que encontramos cuando estamos anclados, enraizados en Jesús: en su vida, en sus palabras, en su muerte y resurrección”.
“Sin este firme sentido de arraigo, podemos quedar desconcertados por las ‘voces’ de este mundo que compiten por nuestra atención. Muchas de ellas son atractivas, propuestas bien maquilladas que al inicio parecen bellas e intensas, aunque con el tiempo solamente terminan dejando vacío, cansancio, soledad y desgana, y van apagando esa chispa de vida que el Señor encendió un día en cada uno”.
El Papa finalizó su homilía insistiendo en que “la amistad cultivada con Jesucristo es el aceite necesario para iluminar el camino, vuestro camino, pero también el de todos los que los rodean: amigos, vecinos, compañeros de estudio y trabajo, incluso el de aquellos que están en total desacuerdo con ustedes”.
El Papa recuerda a misionero que “pierde” la vida evangelizando tribus en Tailandia
En el encuentro que sostuvo este viernes con los obispos de Tailandia y Asia, el Papa Francisco recordó la labor de un misionero francés que “pierde” la vida evangelizando a las tribus de Tailandia.
“Hace tres meses me visitó un misionero francés que trabaja desde hace casi 40 años en el norte de Tailandia entre las tribus y vino con un grupo de unas 20, 25 personas, todos padres y madres de familia, jóvenes, de unos 25 años, a los cuales él los había bautizado, primera generación y ahora bautizaba a sus hijos”, relató el Santo Padre en el encuentro realizado en el Santuario del Beato Nicolás Boonkerd Kitbamrung, en la ciudad de Bangkok.
El Papa dijo que al ver casos como este, “uno puede pensar: Perdiste la vida con 50 personas, con 100 personas. Esa fue su semilla y Dios lo consuela, haciendo bautizar a los hijos que él bautizó por primera vez”.
“Simplemente, esos tribales del norte de Tailandia, lo vivió como riqueza para evangelizar, no dio por perdida a esa oveja, la asumió”, resaltó Francisco.
“Toda vida vale a los ojos del Maestro”, destacó el Santo Padre y explicó que los Apóstoles “eran audaces, valientes, porque sabían principalmente que el Evangelio es un don para ser derramado en todos y para todos: derramados a toda la gente, a los doctores de la ley, pecadores, publicanos, prostitutas, todos los pecadores de ayer como los de hoy”.
“Me gusta señalar que la misión, antes que las actividades para realizar o proyectos para implementar, requiere una mirada y un olfato a cultivar; requiere una preocupación paternal y maternal porque la oveja se pierde cuando el pastor la da por perdida, nunca antes”, dijo el Papa.