El Papa en Tailandia: La libertad es posible si somos corresponsables unos de otros
Saludo del Papa Francisco al Patriarca Supremo de los Budistas
El Papa invita a estrechar la amistad entre cristianos y budistas
Discurso del Papa Francisco a médicos y enfermeras del Saint Louis Hospital de Tailandia
El Papa en Tailandia alienta a médicos a llevar a los enfermos a Dios con la caridad
Papa Francisco tuvo reunión privada con rey de Tailandia Rama X
Homilía del Papa Francisco de la Misa en el estadio nacional de Tailandia
Papa Francisco en Tailandia pide abrir el corazón para superar los adjetivos que dividen
Discurso del Papa a las autoridades, sociedad civil y Cuerpo Diplomático en Tailandia
Este jueves 21 de noviembre, en su segundo día de visita a Tailandia, el Papa Francisco tuvo el encuentro con las autoridades locales, sociedad civil y Cuerpo Diplomático acreditado en el país.
En su discurso el Papa hizo un llamado a los países a crear los mecanismos necesarios para proteger la dignidad y los derechos de los migrantes, e indicó que libertad solo es posible si “somos capaces de sentirnos corresponsables unos de otros y superar cualquier forma de desigualdad”.
A continuación el discurso completo del Santo Padre:
Señor Primer Ministro,
Miembros del Gobierno y del Cuerpo Diplomático,
Distinguidos líderes políticos, civiles y religiosos,
Señoras y señores:
Agradezco la oportunidad de estar entre ustedes y poder visitar esta tierra rica de tantas maravillas naturales, pero especialmente custodia de tradiciones espirituales y culturales ancestrales, como la de la hospitalidad que hoy vivo en primera persona y de la cual quisiera hacerme cargo para propagar y acrecentar lazos de mayor amistad entre los pueblos.
Muchas gracias, señor Primer Ministro, por su acogida y por las palabras de bienvenida que me ha dirigido. Esta tarde tendré la oportunidad de realizar una visita de cortesía a Su Majestad el Rey Rama X y a la familia real. Reitero mi agradecimiento a Su Majestad por su amable invitación a visitar Tailandia y renuevo mis mejores deseos por su reinado, acompañándolos con un sincero homenaje a la memoria de su difunto padre.
Me complace tener la oportunidad de saludar y encontrarme con ustedes, líderes del gobierno, religiosos y de la sociedad civil en los que saludo especialmente a todo el pueblo tailandés. Mis respetos también al Cuerpo Diplomático. En esta ocasión, no puedo dejar de manifestar mis mejores augurios después de las recientes elecciones, que han significado un retorno al normal proceso democrático.
Gracias a todos los que han trabajado para la realización de esta visita.
Sabemos que hoy los problemas que nuestro mundo enfrenta son, de hecho, globales; abarcan a toda la familia humana y exigen desarrollar un firme compromiso con la justicia internacional y la solidaridad entre los pueblos. Creo relevante subrayar que, en estos días, Tailandia terminará la presidencia de la ASEAN, signo de su compromiso histórico con los problemas más amplios que enfrentan los pueblos de toda la región del sudeste asiático y de su continuo interés en favorecer la cooperación política, económica y cultural en la región.
Como nación multicultural y caracterizada por la diversidad, Tailandia reconoce, desde hace tiempo, la importancia de construir la armonía y la coexistencia pacífica entre sus numerosos grupos étnicos, mostrando respeto y aprecio por las diferentes culturas, grupos religiosos, pensamientos e ideas. La época actual está marcada por la globalización, considerada con demasiada frecuencia en términos estrictamente económicos-financieros y proclive a cancelar las notas esenciales que configuran y gestan la belleza y el alma de nuestros pueblos; en cambio, la experiencia concreta de una unidad que respete y albergue las diferencias sirve de inspiración y estímulo a todos aquellos que se preocupan por el tipo de mundo que deseamos legar a las generaciones futuras.
Celebro la iniciativa de crear una “Comisión Ético-Social”, en la que invitaron a participar a las religiones tradicionales del país, a fin de recibir sus aportes y mantener viva la memoria espiritual de vuestro pueblo. En este sentido, tendré la oportunidad de encontrarme con el Supremo Patriarca Budista, como signo de la importancia y la urgencia de promover la amistad y el diálogo interreligioso, y como servicio además a la armonía social en la construcción de sociedades justas, sensibles e incluyentes. Quiero comprometer personalmente todos los esfuerzos de la pequeña pero viva comunidad católica, para mantener y promover esas características tan especiales de los Thai, presentes en vuestro himno nacional: pacíficos y cariñosos, pero no cobardes; y con el propósito firme de enfrentar todo aquello que ignore el grito de tantos hermanos y hermanas nuestros que anhelan ser liberados del yugo de la pobreza, la violencia y la injusticia. Esta tierra tiene como nombre “libertad”. Sabemos que esta sólo es posible si somos capaces de sentirnos corresponsables unos de otros y superar cualquier forma de desigualdad. Es necesario entonces trabajar para que las personas y las comunidades puedan tener acceso a la educación, a un trabajo digno, a la asistencia sanitaria, y de este modo alcanzar los mínimos indispensables de sustentabilidad que posibiliten un desarrollo humano integral.
A este respecto, deseo detenerme brevemente en los movimientos de migración, que son uno de los signos característicos de nuestro tiempo. No tanto por la movilidad en sí, sino por las condiciones en que esta se desarrolla, lo que representa uno de los principales problemas morales que enfrenta nuestra generación. La crisis migratoria no puede ser ignorada. La propia Tailandia, conocida por la acogida que ha brindado a los migrantes y refugiados, ha enfrentado esta crisis debido a la trágica fuga de refugiados de países vecinos. Hago votos, una vez más, para que la comunidad internacional actúe con responsabilidad y previsión, pueda resolver los problemas que llevan a este éxodo trágico, y promueva una migración segura, ordenada y regulada. Ojalá que cada nación elabore mecanismos efectivos a fin de proteger la dignidad y los derechos de los migrantes y refugiados que enfrentan peligros, incertidumbres y explotación en la búsqueda de libertad y una vida digna para sus familias. No se trata sólo de migrantes, se trata también del rostro que queremos plasmar en nuestras sociedades.
Y, en este sentido, pienso en todas aquellas mujeres y niños de nuestro tiempo que son particularmente vulnerados, violentados y expuestos a toda forma de explotación, esclavitud, violencia y abuso. Manifiesto mi reconocimiento al gobierno tailandés por sus esfuerzos para extirpar este flagelo, así como a todas aquellas personas y organizaciones que trabajan incansablemente para erradicar este mal y ofrecer un camino de dignidad. Este año, en el que se celebra el trigésimo aniversario de la Convención sobre los Derechos del Niño, se nos invita a reflexionar y a trabajar con decisión, constancia y celeridad en la necesidad de proteger el bienestar de nuestros niños, su desarrollo social e intelectual, el acceso a la educación, así como su crecimiento físico, psicológico y espiritual (cf. Discurso al Cuerpo Diplomático, 7 enero 2019). El futuro de nuestros pueblos está unido, en gran medida, al modo como le garanticemos a nuestros niños un futuro en dignidad.
Señoras y señores: Hoy más que nunca nuestras sociedades necesitan “artesanos de la hospitalidad”, hombres y mujeres comprometidos con el desarrollo integral de todos los pueblos dentro de una familia humana que se comprometa a vivir en la justicia, la solidaridad y la armonía fraterna. Ustedes, cada uno desde su lugar, dedican sus vidas a ayudar para que el servicio al bien común pueda alcanzar todos los rincones de esta nación; esta es una de las tareas más excelsas de una persona. Con estos sentimientos y deseando que puedan llevar adelante la misión encomendada invoco la abundancia de las bendiciones divinas sobre esta nación, sus líderes y sus habitantes. Y pido al Señor que guíe a cada uno de ustedes y a sus familias por los caminos de la sabiduría, la justicia y la paz.
Este 21 de noviembre, en su segundo día de visita a Tailandia, el Papa Francisco hizo un llamado a los países a crear los mecanismos necesarios para proteger la dignidad y los derechos de los migrantes, e indicó que libertad solo es posible si “somos capaces de sentirnos corresponsables unos de otros y superar cualquier forma de desigualdad”.
El Santo Padre dijo estas palabras durante el encuentro que sostuvo con las autoridades políticas y religiosas, sociedad civil y Cuerpo Diplomático en la Sala “Inner Santi Maitri” de la Casa de Gobierno.
Francisco dio su discurso luego de haber participado en la mañana en la ceremonia de bienvenida realizada en la Casa de Gobierno y de reunirse en privado con el primer ministro, el general Prayuth Chan-ocha, con el respectivo intercambio de presentes.
En su discurso, el Papa agradeció la invitación del rey de Tailandia, Rama X, con quien se reunirá posteriormente, por invitarlo a visitar este país asiático. Asimismo, expresó sus “mejores augurios después de las recientes elecciones que han significado un retorno al normal proceso democrático”.
En marzo de 2019 se realizaron las primeras elecciones luego del golpe de Estado de 2014, con el triunfo del partido promilitar Phalang Pracharat.
“Esta tierra tiene como nombre ‘libertad’”, afirmó el Papa, e indicó que “esta sólo es posible si somos capaces de sentirnos corresponsables unos de otros y superar cualquier forma de desigualdad”.
Por ello, dijo que es necesario “trabajar para que las personas y las comunidades puedan tener acceso a la educación, a un trabajo digno, a la asistencia sanitaria, y de este modo alcanzar los mínimos indispensables de sustentabilidad que posibiliten un desarrollo humano integral”.
En su discurso pronunciado en español, Francisco también reiteró su llamado a proteger la dignidad y los derechos de los migrantes. Señaló que un signo de estos tiempos no es tanto la movilización humana, “sino por las condiciones en que esta se desarrolla, lo que representa uno de los principales problemas morales que enfrenta nuestra generación”.
“La crisis migratoria no puede ser ignorada. La propia Tailandia, conocida por la acogida que ha brindado a los migrantes y refugiados, ha enfrentado esta crisis debido a la trágica fuga de refugiados de países vecinos”, señaló.
Por ello, pidió a la comunidad internacional actuar “con responsabilidad y previsión”, y resolver “los problemas que llevan a este éxodo trágico, y promueva una migración segura, ordenada y regulada”.
“Ojalá que cada nación elabore mecanismos efectivos a fin de proteger la dignidad y los derechos de los migrantes y refugiados que enfrentan peligros, incertidumbres y explotación en la búsqueda de libertad y una vida digna para sus familias. No se trata sólo de migrantes, se trata también del rostro que queremos plasmar en nuestras sociedades”, señaló.
El Papa además abordó la realidad de la globalización e indicó que esta no solo debe verse en términos económicos y financieros, sino también en el respeto y acogida de las diferencias, como “inspiración y estímulo a todos aquellos que se preocupan por el tipo de mundo que deseamos legar a las generaciones futuras”.
Francisco también dijo que este año se celebra el 30° aniversario de la Convención sobre los Derechos de los Niños, para recordar el drama de los menores, y también de las mujeres, que son violentados, esclavizados y explotados. Agradeció al gobierno tailandés y a todas las organizaciones que trabajan “para extirpar este flagelo”.
“El futuro de nuestros pueblos está unido, en gran medida, al modo como le garanticemos a nuestros niños un futuro en dignidad”, señaló.
El Papa Francisco culminó su discurso expresando que “hoy más que nunca nuestras sociedades necesitan ‘artesanos de la hospitalidad’”, comprometidos “con el desarrollo integral de todos los pueblos dentro de una familia humana que se comprometa a vivir en la justicia, la solidaridad y la armonía fraterna”.
Luego del discurso a las autoridades, el Santo Padre se dirigió al histórico templo budista
Wat Ratchabophit Sathit Maha Simaram para reunirse con el Patriarca Supremo de los budistas, Somdej Phra Maha Muneewong.
El Papa Francisco visitó al Patriarca Supremo de los Budistas en la ciudad de Bangkok, en el viaje apostólico que está realizando a Tailandia.
Como suele ser tradicional en los viajes pontificios, el Pontífice inició este jueves 21 de noviembre su agenda en la capital de Tailandia, Bangkok, con un encuentro con las autoridades tailandesas, la sociedad civil y el cuerpo diplomático.
El Pontífice, que llegó a Tailandia ayer miércoles 20 de noviembre, visitó a primera hora de la mañana al primer ministro del país, el general Prayuth Chan-ocha, con el que mantuvo un encuentro privado en la Casa del Gobierno y, posteriormente, con las autoridades.
Tras su discurso, se trasladó al templo Wat Ratchabophit Sathit Maha Simaram, donde se reunió con el Patriarca Supremo de los Budistas y, tras intercambiar regalos, y antes de firmar en el Libro de Honor, pronunció un breve saludo de cortesía.
A continuación, el texto completo del saludo del Papa Francisco:
Su Santidad:
Le agradezco sus amables palabras de bienvenida. Al comienzo de mi visita a esta nación, me alegra visitar este Templo Real, símbolo de los valores y las enseñanzas que caracterizan a este amado pueblo.
En las fuentes del budismo la mayoría de los tailandeses han nutrido y permeado su manera de reverenciar la vida y a sus ancianos, de llevar adelante un estilo de vida sobrio basado en la contemplación, el desapego, el trabajo duro y la disciplina (cf. S. JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsin. Ecclesia in Asia, 6); características que nutren ese distintivo tan especial vuestro: ser considerados como el pueblo de la sonrisa.
Nuestro encuentro se inscribe dentro de ese camino de valoración y reconocimiento mutuo comenzado por nuestros predecesores. Sobre sus huellas quisiera inscribir esta visita, para acrecentar no sólo el respeto sino la amistad entre nuestras comunidades.
Han pasado casi cincuenta años desde que el decimoséptimo Patriarca Supremo, Somdej Phra Wanarat (Pun Punnasiri), junto con un grupo de importantes monjes budistas, visitó al Papa Pablo VI en el Vaticano, lo cual representó un hito muy importante en el desarrollo del diálogo entre nuestras dos tradiciones religiosas; diálogo cultivado que permitió realizar, posteriormente, al Papa Juan Pablo II una visita en este Templo al Patriarca Supremo, Su Santidad Somdej Phra Ariyavongsagatanana (Vasana Vasano).
Personalmente tuve el honor de recibir recientemente a una delegación de monjes del templo de Wat Pho, con su obsequio de una traducción de un antiguo manuscrito budista escrito en lengua pali, conservado ahora en la Biblioteca Vaticana. Pequeños pasos que ayudan a testimoniar no sólo en nuestras comunidades sino en nuestro mundo, tan impulsado a generar y propagar divisiones y exclusiones, que la cultura del encuentro es posible.
Cuando tenemos la oportunidad de reconocernos y valorarnos, incluso desde nuestras diferencias (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 250), ofrecemos al mundo una palabra de esperanza capaz de animar y sostener a los que resultan siempre más perjudicados por la división. Posibilidades como estas nos recuerdan lo importante que es el que las religiones se manifiesten cada vez más como faros de esperanza, en cuanto promotoras y garantes de fraternidad.
En este sentido, doy las gracias a este pueblo porque, desde la llegada del cristianismo a Tailandia, hace unos cuatro siglos y medio, los católicos, aun siendo un grupo minoritario, han disfrutado de la libertad en la práctica religiosa y durante muchos años han vivido en armonía con sus hermanos y hermanas budistas.
En este camino de la mutua confianza y fraternidad, deseo reiterar mi personal compromiso y el de toda la Iglesia por el fortalecimiento del diálogo abierto y respetuoso al servicio de la paz y del bienestar de este pueblo. Gracias a los intercambios académicos, que permiten una mayor comprensión mutua, como asimismo al ejercicio de la contemplación, la misericordia y el discernimiento —tan comunes a nuestras tradiciones—, podremos crecer en el ejercicio de buena “vecindad”.
Podremos impulsar entre los fieles de nuestras religiones el desarrollo de nuevas imaginaciones de la caridad, que sean capaces de generar y aumentar iniciativas concretas en el camino de la fraternidad, especialmente con los más pobres, y en referencia a nuestra tan maltratada casa común.
De esta manera contribuiremos a la construcción de una cultura de compasión, fraternidad y encuentro tanto aquí como en otras partes del mundo (cf. ibíd.). Estoy seguro que este camino seguirá dando frutos y en abundancia.
Una vez más, agradezco a Su Santidad este encuentro. Pido que sea colmado de todas las bendiciones divinas para su salud y bienestar personal, y por su alta responsabilidad de guiar a los creyentes budistas en los caminos de la paz y la concordia.
¡Gracias!
El Papa Francisco completó una nueva etapa en su viaje apostólico a Tailandia con el encuentro con el Patriarca Supremo de los Budistas, Somdej Phra Maha Muneewng, en el Templo Wat Ratchabophit Sathit Maha Simaram.
El cargo de Patriarca Supremo de los Budistas se instituyó en 1872 con la misión de guiar al Consejo Supremo de la comunidad budista en el país. Se trata de un cargo que nombre el mismo rey de Tailandia.
Ante el Patriarca Supremo de los Budistas, el Pontífice puso en valor los pasos dados en el estrechamiento de la amistad entre cristianos y budistas e invitó a impulsar nuevas “iniciativas concretas en el camino de la fraternidad”.
En su visita al Templo, que según señaló el Pontífice, es “símbolo de los valores y las enseñanzas que caracterizan a este amado pueblo”, el Papa destacó que este encuentro “se inscribe dentro de ese camino de valoración y reconocimiento mutuo comenzado por nuestros predecesores”.
En ese sentido, recordó la visita que hace cincuenta años el predecesor del acutal Patriarca Supremo, Somdej Phra Wanarat, realizó al Papa Pablo VI en el Vaticano, y la posterior visita del Papa Juan Pablo II al Patriarca Supremo Somdej Phra Ariyavongsagatanana.
“Sobre sus huellas quisiera inscribir esta visita, para acrecentar no sólo el respeto sino la amistad entre nuestras comunidades”, afirmó el Papa Francisco.
Para el Pontífice, estos encuentros son “pequeños pasos que ayudan a testimoniar no sólo en nuestras comunidades sino en nuestro mundo, tan impulsado a generar y propagar divisiones y exclusiones, que la cultura del encuentro es posible”.
“Cuando tenemos la oportunidad de reconocernos y valorarnos, incluso desde nuestras diferencias, ofrecemos al mundo una palabra de esperanza capaz de animar y sostener a los que resultan siempre más perjudicados por la división. Posibilidades como estas nos recuerdan lo importante que es el que las religiones se manifiesten cada vez más como faros de esperanza, en cuanto promotoras y garantes de fraternidad”.
El Santo Padre destacó que “en las fuentes del budismo la mayoría de los tailandeses han nutrido y permeado su manera de reverenciar la vida y a sus ancianos, de llevar adelante un estilo de vida sobrio basado en la contemplación, el desapego, el trabajo duro y la disciplina; características que nutren ese distintivo tan especial vuestro: ser considerados como el pueblo de la sonrisa”.
Además, agradeció al pueblo tailandés porque, “desde la llegada del cristianismo a Tailandia, hace unos cuatro siglos y medio, los católicos, aun siendo un grupo minoritario, han disfrutado de la libertad en la práctica religiosa y durante muchos años han vivido en armonía con sus hermanos y hermanas budistas”.
“En este camino de la mutua confianza y fraternidad, deseo reiterar mi personal compromiso y el de toda la Iglesia por el fortalecimiento del diálogo abierto y respetuoso al servicio de la paz y del bienestar de este pueblo”.
Invitó a “impulsar entre los fieles de nuestras religiones el desarrollo de nuevas imaginaciones de la caridad, que sean capaces de generar y aumentar iniciativas concretas en el camino de la fraternidad, especialmente con los más pobres, y en referencia a nuestra tan maltratada casa común”.
“De esta manera”, concluyó el Papa Francisco, “contribuiremos a la construcción de una cultura de compasión, fraternidad y encuentro tanto aquí como en otras partes del mundo. Estoy seguro que este camino seguirá dando frutos y en abundancia”.
Este jueves 21 de noviembre, en el segundo día de su viaje a Tailandia, el Papa Francisco visitó el Saint Louis Hospital, donde dirigió un saludo al personal médico de este y otros centros católicos, y agradecerles por su labor, pues “realizan una de las mayores obras de misericordia” al ir “mucho más allá de un simple y loable ejercicio de la medicina”.
A continuación el saludo del Santo Padre
Queridos amigos:
Me alegra tener esta oportunidad de encontrarme con ustedes, personal médico, sanitario y auxiliar del St. Louis Hospital, y de otros hospitales católicos y centros de caridad. Agradezco al señor Director sus amables palabras de presentación. Para mí es una bendición presenciar, de primera mano, este valioso servicio que la Iglesia ofrece al pueblo de Tailandia, especialmente a los más necesitados.
Saludo con afecto a las Hermanas de San Pablo de Chartres, así como a las demás religiosas aquí presentes, y les agradezco la dedicación silenciosa y alegre a este apostolado. Ustedes nos permiten contemplar el rostro materno del Señor que se inclina para ungir y levantar a sus hijos: gracias.
Me alegró escuchar las palabras del Director sobre el principio que anima este Hospital: Ubi caritas, Deus ibi est; donde hay caridad, allí está Dios. Porque precisamente en el ejercicio de la caridad es donde los cristianos somos llamados no sólo a transparentar nuestro ser discípulos misioneros, sino también a confrontar nuestro seguimiento y el de nuestras Instituciones: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40), dice el Señor; discípulos misioneros sanitarios que se abren a «una fraternidad mística, contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo, que sabe descubrir a Dios en cada ser humano [... ] y buscar la felicidad de los demás como la busca su Padre bueno» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 92).
Desde esta perspectiva, ustedes realizan una de las mayores obras de misericordia, puesto que vuestro compromiso sanitario va mucho más allá de un simple y loable ejercicio de la medicina. Tal compromiso no puede reducirse solamente a realizar algunas acciones o programas determinados, sino que deben ir más allá, abiertos a lo imprevisible. Recibir y abrazar la vida como llega a la emergencia del hospital para ser atendida con una piedad especial, que nace del respeto y amor a la dignidad de todos los seres humanos. Los procesos de sanación también requieren y reclaman el poder de una unción capaz de devolver, en todas las situaciones que se tienen que atravesar, una mirada que dignifica y sostiene. Todos ustedes, miembros de esta comunidad terapéutica, son discípulos misioneros cuando mirando a un paciente aprenden a llamarlo por su nombre. Sé que a veces su servicio puede resultar pesado y agotador; conviven con situaciones extremas, lo cual reclama poder ser acompañados y cuidados en su labor. De ahí la importancia de poder desarrollar una pastoral de la salud donde, no sólo los pacientes, sino todos los miembros de esta comunidad puedan sentirse acompañados y sostenidos en su misión. Sepan también que vuestros esfuerzos y el trabajo de las muchas instituciones que representan son el testimonio vivo del cuidado y la atención que estamos llamados a mostrar a todas las personas, especialmente a los ancianos, a los jóvenes y a los más vulnerables.
Este año, St. Louis Hospital celebra el 120 aniversario de su fundación. ¡Cuántas personas fueron calmadas en su dolor, consoladas en sus agobios e inclusive acompañadas en su soledad! Al dar gracias a Dios por este don de vuestra presencia durante estos años, les pido para que este apostolado, y otros similares sean, cada vez más, señal y emblema de una Iglesia en salida que, queriendo vivir su misión, se anima a llevar el amor sanador de Cristo a los que sufren.
Al final de este encuentro visitaré a los enfermos y discapacitados, y así podré acompañarlos, al menos mínimamente, en su dolor.
Todos sabemos que la enfermedad siempre trae consigo grandes interrogantes. Nuestra primera reacción puede ser la de rebelarnos y hasta vivir momentos de desconcierto y desolación. Es el grito de dolor y está bien que así sea: el propio Jesús lo sufrió y lo hizo. Con la oración queremos unirnos también nosotros al suyo.
Al unirnos a Él en su pasión descubrimos la fuerza de su cercanía a nuestra fragilidad y a nuestras heridas. Se trata de una invitación a aferrarnos fuertemente a su vida y entrega. Si a veces sentimos en el interior “el pan de la adversidad y el agua de la aflicción”, recemos para poder encontrar también, en una mano tendida, la ayuda necesaria para descubrir el consuelo que viene del “Señor que no se esconde” (cf. Is 30,20), y que está cerca acompañándonos.
Pongamos este encuentro y vuestras vidas bajo la protección de María, precisamente bajo su manto. Que ella vuelva sus ojos llenos de misericordia hacia ustedes, especialmente en el momento del dolor, la enfermedad y toda forma de vulnerabilidad. Que ella les ayude con la gracia de encontrar a su Hijo en la carne herida de las personas a quienes sirven.
A todos ustedes y a sus familias los bendigo. Y les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí.
Muchas gracias.
Luego de su visita al Patriarca Supremo de los Budistas, el Papa Francisco se dirigió este 21 de noviembre al Saint Louis Hospital en Bangkok (Tailandia), donde alentó a los médicos de este y otros centros católicos a vivir la caridad, que va más allá de los procedimientos profesionales, para llevar a los enfermos hacia Dios.
El Santo Padre llegó en papamóvil al centro médico, donde fue recibido por el Arzobispo de Bangkok, Cardenal Francis Xavier Kriengsak Kovithavanij; por el director del hospital, Tanin Intragumtornchai; y por el director general de la estructura.
Francisco, que fue acogido por los fieles, adultos y niños que hondeaban banderas tailandesas y vaticanas, recibió una ofrenda floral de parte de la religiosa responsable del personal de enfermería. Posteriormente, el Papa ascendió al auditorio del hospital para reunirse con 700 personas, entre médicos, enfermeras y personal de este y otros centros asistenciales de la Iglesia en Tailandia.
En su saludo pronunciado en español, el Pontífice agradeció la labor alegre y silenciosa que realizan las Hermanas de San Pablo de Chartres y otras religiosas, y destacó el principio que anima a este hospital fundado hace 120 años por el Arzobispo Louis Vey, “Ubi caritas, Deus ibi est”, que quiere decir “donde hay caridad, allí está Dios”.
En ese sentido, Francisco dijo que “precisamente en el ejercicio de la caridad es donde los cristianos somos llamados no sólo a transparentar nuestro ser discípulos misioneros, sino también a confrontar nuestro seguimiento y el de nuestras Instituciones”, pues como dijo Jesús: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”.
Además, citando su exhortación apostólica Evangelii gaudium, agradeció a los discípulos misioneros sanitarios que se abren a “una fraternidad mística, contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo, que sabe descubrir a Dios en cada ser humano [... ] y buscar la felicidad de los demás como la busca su Padre bueno”.
“Desde esta perspectiva, ustedes realizan una de las mayores obras de misericordia, puesto que vuestro compromiso sanitario va mucho más allá de un simple y loable ejercicio de la medicina”, afirmó.
Francisco dijo que este compromiso “no puede reducirse solamente a realizar algunas acciones o programas determinados, sino que deben ir más allá, abiertos a lo imprevisible. Recibir y abrazar la vida como llega a la emergencia del hospital para ser atendida con una piedad especial, que nace del respeto y amor a la dignidad de todos los seres humanos”.
En ese sentido, les reiteró que “son discípulos misioneros cuando mirando a un paciente aprenden a llamarlo por su nombre”.
Sin embargo, el Papa Francisco dijo a veces el servicio médico “puede resultar pesado y agotador”, por ello destacó la importancia de “desarrollar una pastoral de la salud donde, no sólo los pacientes, sino todos los miembros de esta comunidad puedan sentirse acompañados y sostenidos en su misión”.
Asimismo, al recordar los 120 años del hospital, el Papa pidió “que este apostolado, y otros similares sean, cada vez más, señal y emblema de una Iglesia en salida” que lleva el “amor sanador de Cristo a los que sufren”.
“La enfermedad siempre trae consigo grandes interrogantes. Nuestra primera reacción puede ser la de rebelarnos y hasta vivir momentos de desconcierto y desolación. Es el grito de dolor y está bien que así sea: el propio Jesús lo sufrió y lo hizo. Con la oración queremos unirnos también nosotros al suyo”.
En ese sentido, aseguró que al unirse a Cristo en su “descubrimos la fuerza de su cercanía a nuestra fragilidad y a nuestras heridas”.
“Si a veces sentimos en el interior ‘el pan de la adversidad y el agua de la aflicción”, recemos para poder encontrar también, en una mano tendida, la ayuda necesaria para descubrir el consuelo que viene del ‘Señor que no se esconde’”, expresó el Papa, que invitó a poner las vidas bajo la protección del manto de la Virgen María, pidiendo que “vuelva sus ojos llenos de misericordia hacia ustedes, especialmente en el momento del dolor, la enfermedad y toda forma de vulnerabilidad”.
Al final de su saludo, el Santo Padre recibió varios obsequios, entre los cuales destacó un cuadro de la Virgen con el Niño Jesús.
Luego de salir del auditorio, el Papa Francisco se dirigió a un encuentro privado con un grupo de enfermos y discapacitados, a quienes dijo que espera “acompañarlos, al menos mínimamente, en su dolor”.
El Papa Francisco tuvo la tarde de este 21 de noviembre un encuentro privado con el rey de Tailandia, Maha Vajiralongkorn, conocido como Rama X, que fue coronado del 4 al 6 de mayo de 2019.
Francisco llegó en auto al Palacio Real, la principal sede del rey de Tailandia, a las 5:00 p.m. hora local. Fue recibido a la entrada por Rama X. Al término de la reunión se dio el intercambio de presentes.
El Santo Padre entregó como regalo a Rama X la réplica de un cuadro pintado al óleo titulado “Bendición Papal en la Plaza de San Pedro", mosaico obra de Ippolito Caffi de mediados del siglo XIX y que se conserva en el Museo de Roma.
El #PapaEnTailandia obsequió al Rey Maha Vajiralongkorn "Rama X" un cuadro en mosaico "Bendición Papal en la Plaza de San Pedro", que está tomado de una pintura al óleo de Ippolito Caffi del siglo XIX. Vatican Media #PopeinThailand
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Tras la revolución de 1932, en Tailandia existe una monarquía constitucional bajo un régimen parlamentarista, con el primer ministro como jefe de Gobierno y el monarca hereditario como jefe de Estado. El Poder judicial es independiente del Ejecutivo y del Legislativo. Antes de ese año, en el país regía una monarquía absoluta. Rama X es el décimo monarca de la dinastía Chakri que data de fines del siglo XVIII.
El Papa Francisco celebró este 21 de noviembre la primera Misa pública de su viaje apostólico en Asia en el estadio nacional de Tailandia en Bangkok.
“Han pasado 350 años de la creación del Vicariato Apostólico de Siam (1669-2019), signo del abrazo familiar producido en estas tierras. Tan solo dos misioneros fueron capaces de animarse a sembrar las semillas que, desde hace tanto tiempo, vienen creciendo y floreciendo en una variedad de iniciativas apostólicas, que han contribuido a la vida de la nación. Este aniversario no significa nostalgia del pasado sino fuego esperanzador para que, en el presente, también nosotros podamos responder con la misma determinación, fortaleza y confianza”, indicó el Santo Padre.
A continuación, el texto completo de la homilía pronunciada por el Papa Francisco:
«¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» (Mt 12,48). Con esta pregunta, Jesús desafió a toda aquella multitud que lo escuchaba a preguntarse por algo que puede parecer tan obvio como seguro: ¿quiénes son los miembros de nuestra familia, aquellos que nos pertenecen y a quienes pertenecemos? Dejando que la pregunta hiciera eco en ellos de forma clara y novedosa responde: «Todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mt 12,50). De esta manera rompe no solo los determinismos religiosos y legales de la época, sino también todas las pretensiones excesivas de quienes podrían creerse con derechos o preferencias sobre Él. El Evangelio es una invitación y un derecho gratuito para todos aquellos que quieran escuchar.
Es sorprendente notar cómo el Evangelio está tejido de preguntas que buscan inquietar, despertar e invitar a los discípulos a ponerse en camino, para que descubran esa verdad capaz de dar y generar vida; preguntas que buscan abrir el corazón y el horizonte al encuentro de una novedad mucho más hermosa de lo que pueden imaginar. Las preguntas del Maestro siempre quieren renovar nuestra vida y la de nuestra comunidad con una alegría sin igual (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 11).
Así les pasó a los primeros misioneros que se pusieron en camino y llegaron a estas tierras; escuchando la palabra del Señor, buscando responder a sus preguntas, pudieron ver que pertenecían a una familia mucho más grande que aquella que se genera por lazos de sangre, de cultura, de región o de pertenencia a un determinado grupo. Impulsados por la fuerza del Espíritu, y cargados sus bolsos con la esperanza que nace de la buena noticia del Evangelio, se pusieron en camino para encontrar a los miembros de esa familia suya que todavía no conocían. Salieron a buscar sus rostros. Era necesario abrir el corazón a una nueva medida, capaz de superar todos los adjetivos que siempre dividen, para descubrir a tantas madres y hermanos thai que faltaban en su mesa dominical. No solo por todo lo que podían ofrecerles sino también por todo lo que necesitaban de ellos para crecer en la fe y en la comprensión de las Escrituras (cf. CONC. VAT. II, Const. dogm. Dei Verbum, 8).
Sin ese encuentro, al cristianismo le hubiese faltado su rostro; le hubiesen faltado los cantos, los bailes, que configuran la sonrisa thai tan particular de estas tierras. Así vislumbraron mejor el designio amoroso del Padre, que es mucho más grande que todos nuestros cálculos y previsiones, y que no puede reducirse a un puñado de personas o a un determinado contexto cultural. El discípulo misionero no es un mercenario de la fe ni un generador de prosélitos, sino un mendicante que reconoce que le faltan sus hermanos, hermanas y madres, con quienes celebrar y festejar el don irrevocable de la reconciliación que Jesús nos regala a todos: el banquete está preparado, salgan a buscar a todos los que encuentren por el camino (cf. Mt 22,4.9). Este envío es fuente de alegría, gratitud y felicidad plena, porque «le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 8).
Han pasado 350 años de la creación del Vicariato Apostólico de Siam (1669-2019), signo del abrazo familiar producido en estas tierras. Tan solo dos misioneros fueron capaces de animarse a sembrar las semillas que, desde hace tanto tiempo, vienen creciendo y floreciendo en una variedad de iniciativas apostólicas, que han contribuido a la vida de la nación. Este aniversario no significa nostalgia del pasado sino fuego esperanzador para que, en el presente, también nosotros podamos responder con la misma determinación, fortaleza y confianza. Es memoria festiva y agradecida que nos ayuda a salir alegremente a compartir la vida nueva, que viene del Evangelio, con todos los miembros de nuestra familia que aún no conocemos.
Todos somos discípulos misioneros cuando nos animamos a ser parte viva de la familia del Señor y lo hacemos compartiendo como Él lo hizo: no tuvo miedo de sentarse a la mesa de los pecadores, para asegurarles que en la mesa del Padre y de la creación había también un lugar reservado para ellos; tocó a los que se consideraban impuros y, dejándose tocar por ellos, les ayudó a comprender la cercanía de Dios, es más, a comprender que ellos eran los bienaventurados (cf. San Juan Pablo II, Exhort. ap. postsin. Ecclesia in Asia, 11).
Pienso especialmente en esos niños, niñas y mujeres, expuestos a la prostitución y a la trata, desfigurados en su dignidad más auténtica; en esos jóvenes esclavos de la droga y el sin sentido que termina por nublar su mirada y cauterizar sus sueños; pienso en los migrantes despojados de su hogar y familias, así como tantos otros que, como ellos, pueden sentirse olvidados, huérfanos, abandonados, «sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 49). Pienso en pescadores explotados, en mendigos ignorados.
Ellos son parte de nuestra familia, son nuestras madres y nuestros hermanos, no le privemos a nuestras comunidades de sus rostros, de sus llagas, de sus sonrisas y de sus vidas; y no le privemos a sus llagas y a sus heridas de la unción misericordiosa del amor de Dios. El discípulo misionero sabe que la evangelización no es sumar membresías ni aparecer poderosos, sino abrir puertas para vivir y compartir el abrazo misericordioso y sanador de Dios Padre que nos hace familia.
Querida comunidad tailandesa: Sigamos en camino, tras las huellas de los primeros misioneros, para encontrar, descubrir y reconocer alegremente todos esos rostros de madres, padres y hermanos, que el Señor nos quiere regalar y le faltan a nuestro banquete dominical.
El Papa Francisco destacó la importancia de abrir el corazón para que sea capaz de “superar todos los adjetivos que siempre dividen”. Así lo indicó el Santo Padre al celebrar la primera Misa pública de su viaje apostólico en Asia que se llevó a cabo en el estadio nacional de Tailandia en Bangkok este 21 de noviembre, fiesta de la presentación de la Virgen María.
“Era necesario abrir el corazón a una nueva medida, capaz de superar todos los adjetivos que siempre dividen, para descubrir a tantas madres y hermanos thai que faltaban en su mesa dominical”, explicó el Pontífice.
Antes de la Misa, el Papa Francisco llegó en papamóvil y fue recibido con mucho afecto y emoción por los miles de fieles reunidos en el estadio nacional, en donde las personas ondeaban banderas del Vaticano y Tailandia y gritaban: “viva el Papa”.
La Celebración Eucarística fue acompañada por un numeroso coro que entonó con fuerza cantos en tailandés y alguno en italiano, mientras que en el estadio estuvieron presentes también algunos fieles católicos de países vecinos como Vietnam, Laos, Camboya y Myanmar.
“Querida comunidad tailandesa: Sigamos en camino, tras las huellas de los primeros misioneros, para encontrar, descubrir y reconocer alegremente todos esos rostros de madres, padres y hermanos, que el Señor nos quiere regalar y le faltan a nuestro banquete dominical”, invitó el Papa.
Durante su homilía pronunciada en español, y traducida por un sacerdote al tailandés, el Santo Padre recordó las palabras de Jesús en el Evangelio de San Mateo “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” pregunta a la que Jesús respondió que “todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”.
Con esta respuesta, el Pontífice señaló que Jesús “no solo los determinismos religiosos y legales de la época, sino también todas las pretensiones excesivas de quienes podrían creerse con derechos o preferencias sobre Él” y añadió que “el Evangelio es una invitación y un derecho gratuito para todos aquellos que quieran escuchar”.
“Es sorprendente notar cómo el Evangelio está tejido de preguntas que buscan inquietar, despertar e invitar a los discípulos a ponerse en camino, para que descubran esa verdad capaz de dar y generar vida; preguntas que buscan abrir el corazón y el horizonte al encuentro de una novedad mucho más hermosa de lo que pueden imaginar” señaló el Papa quien agregó que “las preguntas del Maestro siempre quieren renovar nuestra vida y la de nuestra comunidad con una alegría sin igual”.
En esta línea, el Papa Francisco explicó que “así les pasó a los primeros misioneros que se pusieron en camino y llegaron a estas tierras; escuchando la palabra del Señor, buscando responder a sus preguntas, pudieron ver que pertenecían a una familia mucho más grande que aquella que se genera por lazos de sangre, de cultura, de región o de pertenencia a un determinado grupo”.
“Impulsados por la fuerza del Espíritu, y cargados sus bolsos con la esperanza que nace de la buena noticia del Evangelio, se pusieron en camino para encontrar a los miembros de esa familia suya que todavía no conocían”, relató.
Por ello, el Santo Padre afirmó que el designio amoroso del Padre “es mucho más grande que todos nuestros cálculos y previsiones, y que no puede reducirse a un puñado de personas o a un determinado contexto cultural. El discípulo misionero no es un mercenario de la fe ni un generador de prosélitos, sino un mendicante que reconoce que le faltan sus hermanos, hermanas y madres, con quienes celebrar y festejar el don irrevocable de la reconciliación que Jesús nos regala a todos”.
Además, el Pontífice recordó que hace 350 años se creó el vicariato apostólico de Siam “signo del
abrazo familiar producido en estas tierras” que comenzó con dos misioneros que fueron “capaces de animarse a sembrar las semillas que, desde hace tanto tiempo, vienen creciendo y floreciendo en una variedad de iniciativas apostólicas, que han contribuido a la vida de la nación”.
Acerca de este aniversario, el Papa indicó que “no significa nostalgia del pasado sino fuego esperanzador para que, en el presente, también nosotros podamos responder con la misma determinación, fortaleza y confianza. Es memoria festiva y agradecida que nos ayuda a salir alegremente a compartir la vida nueva, que viene del Evangelio, con todos los miembros de nuestra familia que aún no conocemos”.
“Pienso especialmente en esos niños, niñas y mujeres, expuestos a la prostitución y a la trata, desfigurados en su dignidad más auténtica; en esos jóvenes esclavos de la droga y el sin sentido que termina por nublar su mirada y cauterizar sus sueños; pienso en los migrantes despojados de su hogar y familias, así como tantos otros que, como ellos, pueden sentirse olvidados, huérfanos, abandonados, sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Pienso en pescadores explotados, en mendigos ignorados”, describió el Papa quien añadió que “ellos son parte de nuestra familia, son nuestras madres y nuestros hermanos, no le privemos a nuestras comunidades de sus rostros, de sus llagas, de sus sonrisas y de sus vidas; y no le privemos a sus llagas y a sus heridas de la unción misericordiosa del amor de Dios”.
De este modo, el Santo Padre remarcó que “el discípulo misionero sabe que la evangelización no es sumar membresías ni aparecer poderosos, sino abrir puertas para vivir y compartir el abrazo misericordioso y sanador de Dios Padre que nos hace familia”.
Finalmente, el Papa Francisco citó la exhortación apostólica Ecclesia in Asia de San Juan Pablo II para concluir afirmando: “todos somos discípulos misioneros cuando nos animamos a ser parte viva de la familia del Señor y lo hacemos compartiendo como Él lo hizo: no tuvo miedo de sentarse a la mesa con los pecadores, para asegurarles que en la mesa del Padre y de la creación había también un lugar reservado para ellos; tocó a los que se consideraban impuros y, dejándose tocar por ellos, les ayudó a comprender la cercanía de Dios, es más, a comprender que ellos eran los bienaventurados”.