El Papa en Japón: Todos necesitamos una mano amiga para volver a empezar con esperanza
El Papa Francisco se reúne en privado con el emperador de Japón Naruhito
Discurso del Papa a los jóvenes en la Catedral de Tokyo
El Papa Francisco pide aprender a donar tiempo para los demás
Homilía del Papa Francisco en la Misa en el Tokio Dome de Japón
El Papa cuestiona cultura del éxito: ¿Acaso el discapacitado y frágil no es digno de amor?
Discurso del Papa Francisco a las autoridades de Japón
La única arma capaz de garantizar la paz es el diálogo, afirma el Papa en Japón
Discurso del Papa Francisco a los sobrevivientes de la triple catástrofe en Japón
Este lunes 25, en su penúltimo día de visita en Japón, el Papa Francisco se encontró en Tokio con sobrevivientes de la triple catástrofe que golpeó el país el 11 de marzo de 2011. En su discurso agradeció la solidaridad mostrada con las decenas de miles de damnificados y alentó a construir una cultura que combata la indiferencia, así como a reflexionar sobre qué clase de mundo quiere dejarse a las generaciones venideras.
A continuación el discurso completo del Papa Francisco:
Queridos amigos:
Este encuentro con ustedes es un momento importante de mi visita a Japón. Les agradezco la bienvenida. De manera especial, agradezco a Toshiko, Tokuun y Matsuki, quienes han compartido su historia con nosotros. Ellos y también ustedes representan a todos los que han sufrido de manera tan grande a causa del triple desastre —el terremoto, el tsunami y el accidente nuclear—, que afectó no sólo a las prefecturas de Iwate, Miyagi y Fukushima, sino a todo el Japón y a sus ciudadanos. Gracias por expresar con sus palabras y con su presencia la tristeza y el dolor sufrido por tantas personas, pero también la esperanza abierta a un futuro mejor. Matsuki, al terminar su testimonio, me invitaba a unirme a ustedes en oración. Hagamos un rato de silencio y que nuestra primera palabra sea rezar por las más de dieciocho mil personas que perdieron la vida, por sus familiares y por los que aún están desaparecidos. Una oración que nos una y que nos dé el coraje de mirar hacia adelante con esperanza.
También agradezcamos el esfuerzo de los gobiernos locales, organizaciones y personas que trabajan en la reconstrucción de las áreas donde ocurrieron los desastres y para aliviar la situación de las más de cincuenta mil personas que fueron evacuadas, actualmente en viviendas temporales, sin poder aún regresar a sus hogares.
Agradezco de modo especial, como bien lo señaló Toshiko, la rapidez con que muchas personas, no sólo de Japón sino de todo el mundo, se movilizaron inmediatamente después de los desastres, para apoyar a las víctimas con la oración y la ayuda material y financiera. Una acción que no puede perderse en el tiempo y desaparecer después del shock inicial, sino que debemos perpetuar y sostener. En relación a lo que señaló Matsuki, algunos de los que vivían en las áreas afectadas ahora se sienten olvidados y no pocos deben hacer frente a continuos problemas: tierras y bosques contaminados y los efectos a largo plazo de la radiación.
Que este encuentro sirva para que, entre todos, podamos hacer un llamamiento a todas las personas de buena voluntad para que las víctimas de estas tragedias sigan recibiendo la ayuda que tanto necesitan.
Sin recursos básicos: alimentos, ropa y refugio, no es posible llevar adelante una vida digna y tener lo mínimo necesario para poder lograr una reconstrucción, que reclama a su vez la necesidad de experimentar la solidaridad y el apoyo de una comunidad. Nadie se “reconstruye” solo, nadie puede volver a empezar solo. Es imprescindible encontrar una mano amiga, una mano hermana, capaz de ayudar a levantar no sólo la ciudad, sino la mirada y la esperanza. Toshiko nos dijo que, aunque ella perdió su hogar en el tsunami, está agradecida por poder apreciar el regalo de la vida y sentir la esperanza al ver a las personas unirse para ayudarse entre sí. Ocho años después del triple desastre, Japón ha demostrado cómo un pueblo puede unirse en solidaridad, paciencia, perseverancia y resistencia. El camino hacia una recuperación completa puede ser todavía largo, pero es siempre posible si cuenta con el alma de este pueblo capaz de movilizarse para socorrerse y ayudarse. Como dijo Toshiko, si no hacemos nada el resultado será cero, pero si das un paso entonces avanzarás un paso adelante. Así pues, los invito a avanzar cada día, poco a poco, para construir el futuro basado en la solidaridad y el compromiso de unos por otros, por ustedes, sus hijos y nietos, y por las generaciones venideras.
Tokuun preguntó cómo podemos responder a otros problemas importantes que nos afectan y que, como ustedes bien saben, no pueden entenderse o tratarse separadamente: guerras, refugiados, alimentos, disparidades económicas y desafíos ambientales. Es un grave error pensar que hoy en día se pueden abordar aisladamente los temas sin asumirlos como parte de una red más grande. Como acertadamente señaló, somos parte de esta tierra, parte del medio ambiente; porque todo está, en última instancia, interconectado. El primer paso —creo yo—, además de tomar decisiones valientes e importantes sobre el uso de los recursos naturales, y en particular sobre las futuras fuentes de energía, es trabajar y caminar hacia una cultura capaz de combatir la indiferencia. Uno de los males que más nos afectan versa en la cultura de la indiferencia. Urge movilizarnos para ayudar a tomar conciencia de que si un miembro de nuestra familia sufre, todos sufrimos con él; porque no se alcanza la interconexión si no se cultiva la sabiduría de la pertenencia, única capaz de asumir los problemas y las soluciones de manera global. Nos pertenecemos los unos a los otros.
En este sentido, quisiera recordar, de manera particular, el accidente nuclear de Daiichi en Fukushima y sus secuelas. Además de las preocupaciones científicas o médicas, también existe el inmenso trabajo para restaurar el tejido de la sociedad. Hasta que se restablezcan los lazos sociales en las comunidades locales y las personas tengan de nuevo una vida segura y estable, el accidente de Fukushima no se resolverá por completo. Lo cual implica, a su vez —como bien lo señalaron mis hermanos obispos en Japón—, la preocupación por el uso continuo de la energía nuclear, y pidieron la abolición de las centrales nucleares.
Nuestra era siente la tentación de hacer del progreso tecnológico la medida del progreso humano. Este “paradigma tecnocrático” de progreso y desarrollo modela la vida de las personas y el funcionamiento de la sociedad y, a menudo, conduce a un reduccionismo que afecta a todos los ámbitos de nuestras sociedades (cf. Carta enc. Laudato si’, 101-114). Por tanto, es importante, en momentos como este, hacer una pausa y reflexionar sobre quiénes somos y, quizás de manera más crítica, quiénes queremos ser. ¿Qué clase de mundo, qué clase de legado queremos dejar a los que vendrán después de nosotros? La sabiduría y la experiencia de los ancianos, unidas al celo y al entusiasmo de los jóvenes, pueden ayudar a forjar una visión diferente, una visión que ayude a mirar con reverencia el don de la vida y la solidaridad con nuestros hermanos y hermanas en la única, multiétnica y multicultural familia humana.
Al pensar en el futuro de nuestra casa común, debemos darnos cuenta de que no podemos tomar decisiones puramente egoístas y que tenemos una gran responsabilidad con las generaciones futuras. En ese sentido, se nos pide elegir una forma de vida humilde y austera que dé cuenta de las urgencias que estamos llamados a encarar. Toshiko, Tokuun y Matsuki nos han recordado la necesidad de encontrar un nuevo camino para el futuro, un camino basado en el respeto por cada persona y por el mundo natural. En este camino, «todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la creación, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades» (ibíd., 14).
Queridos hermanos: En el trabajo continuo de recuperación y reconstrucción después del triple desastre, muchas manos deben juntarse y muchos corazones deben unirse como si fueran uno solo. De esta manera, los que han sufrido recibirán apoyo y sabrán que no han sido olvidados. Sabrán que muchas personas, activa y efectivamente, comparten su dolor y continuarán extendiendo una mano fraterna para ayudar. Una vez más, celebremos y demos gracias por todos aquellos que, de modo sencillo, han tratado de aliviar la carga de las víctimas. Que esa compasión sea el camino que les permita a todos encontrar esperanza, estabilidad y seguridad para el futuro.
Gracias de nuevo por estar aquí. Por favor, recen por mí; y que Dios les conceda a todos ustedes y a sus seres queridos las bendiciones de sabiduría, fortaleza y paz.
El 11 de marzo de 2011 un terremoto de 9 grados con epicentro en el mar y a 32 kilómetros de profundidad, remeció durante seis minutos la costa oriental de Honshu, la principal isla del país, en especial la prefectura de Miyagi.
Este fuerte sismo, considerado el cuarto más potente del mundo en los últimos 500 años, produjo un tsunami con olas de hasta 15 metros que devastó ciudades y pueblos. Unos 115 mil edificios a lo largo de 400 kilómetros de costa quedaron destruidos, provocando que más 150 mil personas fueran desplazadas y reubicadas en otras zonas del país.
Estas olas fueron la verdadera fuerza destructora, penetrando unos 40 kilómetros en el interior de Japón por la costa este, causando daños especialmente en las provincias de Aomori, Iwate, Miyagi y Fukushima.
Sin embargo, el movimiento telúrico también provocó la caída de la red eléctrica y fallas por recalentamiento en la central nuclear de Fukushima, liberando material radioactivo al océano Pacífico en lo que se considera el desastre nuclear más grave a nivel mundial desde Chernobyl en 1986. El colapso envió nubes de polvo radiactivo sobre la región colindante, obligando a muchas personas a evacuar.
Se estima que 19 mil personas murieron y 150 mil fueron desplazadas por la “triple catástrofe”, muchas de estas no han regresado a sus hogares, sobretodo en la ciudad de Sendai (Miyagi), que es la más afectada.
Previo a sus palabras, el Santo Padre escuchó los testimonios de Toshiko Kato, sobreviviente del terremoto y tsunami, y jefa de un jardín de infantes católico en la ciudad de Miyako; del sacerdote budista Tokuun Tanaka y del joven Matsuki Kamoshita, ambos sobrevivientes del desastre nuclear.
En su discurso, Francisco les agradeció por expresar “la tristeza y el dolor sufrido por tantas personas, pero también la esperanza abierta a un futuro mejor”. Asimismo, tomando el pedido del joven Matsuki, el Santo Padre invitó a los asistentes a hacer un rato de silencio y rezar por las personas “que perdieron la vida, por sus familiares y por los que aún están desaparecidos. Una oración que nos una y que nos dé el coraje de mirar hacia adelante con esperanza”.
El Santo Padre también agradeció a los que trabajan en la reconstrucción y por “aliviar la situación de las más de cincuenta mil personas que fueron evacuadas” y que aún no pueden volver a sus hogares.
En ese sentido, señaló que esta acción “no puede perderse en el tiempo y desaparecer después del shock inicial, sino que debemos perpetuar y sostener. En relación a lo que señaló Matsuki, algunos de los que vivían en las áreas afectadas ahora se sienten olvidados y no pocos deben hacer frente a continuos problemas: tierras y bosques contaminados y los efectos a largo plazo de la radiación”.
En ese sentido, el Papa alentó a que el encuentro de este 25 de noviembre sirva para hacer un llamado a continuar con la solidaridad hacia las víctimas de estas tragedias, pues sin recursos básicos “no es posible llevar adelante una vida digna y tener lo mínimo necesario para poder lograr una reconstrucción”.
“Nadie se ‘reconstruye’ solo, nadie puede volver a empezar solo. Es imprescindible encontrar una mano amiga, una mano hermana, capaz de ayudar a levantar no sólo la ciudad, sino la mirada y la esperanza”, afirmó.
Francisco destacó el testimonio de Toshiko, quien a pesar de perder su hogar, “está agradecida por poder apreciar el regalo de la vida y sentir la esperanza al ver a las personas unirse para ayudarse entre sí”. “Ocho años después del triple desastre, Japón ha demostrado cómo un pueblo puede unirse en solidaridad, paciencia, perseverancia y resistencia”, afirmó el Papa.
Asimismo, se refirió a las palabras del sacerdote budista, Tokuun, que preguntó cómo se puede responder a otros problemas importantes “que no pueden entenderse o tratarse separadamente: guerras, refugiados, alimentos, disparidades económicas y desafíos ambientales”.
“Es un grave error pensar que hoy en día se pueden abordar aisladamente los temas sin asumirlos como parte de una red más grande”, indicó el Papa.
El primer paso, dijo, “es trabajar y caminar hacia una cultura capaz de combatir la indiferencia”, pues “si un miembro de nuestra familia sufre, todos sufrimos con él”. “Nos pertenecemos los unos a los otros”, señaló.
En ese sentido, indicó que en el caso del accidente de la central de Fukushima, “además de las preocupaciones científicas o médicas, también existe el inmenso trabajo para restaurar el tejido de la sociedad”.
“Hasta que se restablezcan los lazos sociales en las comunidades locales y las personas tengan de nuevo una vida segura y estable, el accidente de Fukushima no se resolverá por completo. Lo cual implica, a su vez —como bien lo señalaron mis hermanos obispos en Japón—, la preocupación por el uso continuo de la energía nuclear, y pidieron la abolición de las centrales nucleares”, señaló el Papa.
El Pontífice también alertó sobre “la tentación de hacer del progreso tecnológico la medida del progreso humano”, un paradigma que “modela la vida de las personas y el funcionamiento de la sociedad y, a menudo, conduce a un reduccionismo que afecta a todos los ámbitos de nuestras sociedades”.
“Por tanto, es importante, en momentos como este, hacer una pausa y reflexionar sobre quiénes somos y, quizás de manera más crítica, quiénes queremos ser. ¿Qué clase de mundo, qué clase de legado queremos dejar a los que vendrán después de nosotros?”, preguntó.
“Queridos hermanos: En el trabajo continuo de recuperación y reconstrucción después del triple desastre, muchas manos deben juntarse y muchos corazones deben unirse como si fueran uno solo. De esta manera, los que han sufrido recibirán apoyo y sabrán que no han sido olvidados. Sabrán que muchas personas, activa y efectivamente, comparten su dolor y continuarán extendiendo una mano fraterna para ayudar”.
“Una vez más, celebremos y demos gracias por todos aquellos que, de modo sencillo, han tratado de aliviar la carga de las víctimas. Que esa compasión sea el camino que les permita a todos encontrar esperanza, estabilidad y seguridad para el futuro”, expresó.
Luego de este encuentro, el Santo Padre se dirigió a la reunión privada con el emperador japonés Naruhito. Posteriormente, a las 11:45 a.m. el Papa tendrá un encuentro con los jóvenes en la Catedral de Santa María, a las 4:00 p.m. celebrará una Misa en el Tokio Dome, y finalmente dirigirá un discurso a las autoridades y cuerpo diplomático.
El Papa Francisco mantuvo este lunes 25 de noviembre un encuentro privado con el emperador de Japón, Naruhito, en el Palacio Imperial de Tokyo, en el contexto del viaje apostólico que está realizando a este país asiático.
El Santo Padre llegó al Palacio Imperial a las 11:00, hora local, y fue recibido por el mismo emperador a la entrada del Palacio. Después, ambos atravesaron el atrio del Palacio y accedieron a la Sala de Audiencias, donde conversaron en privado.
El emperador agradeció al Papa su encuentro con las víctimas de la triple catástrofe que golpeó al país el 11 de marzo de 2011: un evento catastrófico que comenzó con un terremoto de 9 grados de magnitud, seguido por un tsunami que provocó la explosión de 3 reactores nucleares en la central de Fukushima.
Por su parte, el Papa señaló que recordaba el día que conoció la noticia del ataque con bombas atómicas sobre Nagasaki e Hiroshima. Entonces tenía 9 años y el Papa lloró al conocer la magnitud del bombardeo.
También hablaron sobre el problema medioambiental y sobre una de sus consecuencias: el acceso a agua potable.
Tras la reunión, el Papa obsequió al emperador de Japón con un cuadro en mosaico que reproduce una obra de arte del pintor romano Filippo Anivitti (1876-1955). El mosaico muestra el arco de Tito que se encuentra en los Foros Imperiales de la ciudad de Roma.
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, Japón adoptó la forma de Estado de monarquía parlamentaria. El emperador Naruhito accedió al trono imperial de Japón el 1 de mayo de 2019 tras la renuncia de su padre Akihito.
Nació en Tokyo en 1960. Fue proclamado heredero al trono tras la muerte de su abuelo, el emperador Hirohito, en enero de 1989. Su entronización como emperador tuvo lugar el 22 de octubre de 2019, momento en el que, oficialmente, se convirtió en el 126 emperador de Japón.
El Papa Francisco se encontró este lunes 25 de noviembre con jóvenes de diferentes religiones en la Catedral de Santa María de Tokyo, en su viaje apostólico a Japón.
En su discurso, después de escuchar los testimonios de tres jóvenes (un católico, un budista y un migrante), el Santo Padre habló de la necesidad de “crecer en fraternidad, en preocupación por los demás y respeto por las diferentes experiencias y puntos de vista. Este encuentro es una fiesta porque estamos diciendo que la cultura del encuentro es posible, no es una utopía, y que ustedes, los jóvenes, tienen esa sensibilidad especial para llevarla adelante”.
A continuación, el discurso completo del Papa Francisco a los jóvenes:
Queridos jóvenes:
Gracias por venir y estar aquí. Ver y escuchar vuestra energía y entusiasmo me da alegría y esperanza. Les estoy agradecido por esto. También agradezco a Leonardo, Miki y Masako sus palabras de testimonio.
Se necesita gran coraje y valentía para compartir lo que se lleva en el corazón como ustedes lo hicieron. Estoy seguro de que sus voces fueron eco de muchos de sus compañeros aquí presentes. ¡Gracias! Sé que en medio de ustedes hay jóvenes de otras nacionalidades, algunos de ellos buscan refugio. Aprendamos a construir juntos la sociedad que queremos para mañana.
Cuando los miro, puedo ver la diversidad cultural y religiosa de los jóvenes que viven en Japón hoy, y algo de la belleza que vuestra generación ofrece al futuro. La amistad entre ustedes y su presencia aquí recuerda a todos que el futuro no es monocromático, sino que es posible si nos animamos a mirarlo en la variedad y diversidad de lo que cada uno puede aportar.
Cuánto necesita aprender nuestra familia humana a vivir juntos en armonía y paz sin necesidad de que tengamos que ser todos igualitos. No nos hicieron en maquina a todos en serie. Cada uno viene del amor de sus padres y de su familia. Por esos somos todos distintos. Cada uno trae una historia para compartir. Cuánto necesitamos crecer en fraternidad, en preocupación por los demás y respeto por las diferentes experiencias y puntos de vista. Este encuentro es una fiesta porque estamos diciendo que la cultura del encuentro es posible, no es una utopía, y que ustedes, los jóvenes, tienen esa sensibilidad especial para llevarla adelante.
Me impresionaron las preguntas que hicieron, porque reflejan vuestras experiencias concretas, y también vuestras esperanzas y vuestros sueños para el futuro.
Gracias, Leonardo, por compartir la experiencia de bullying y discriminación que sufriste. Cada vez más los jóvenes encuentran el valor de hablar sobre experiencias como la tuya. En mi edad, cuando yo era joven, nunca se hablaba de cosas como las que dijo Leonardo. Lo más cruel del acoso escolar es que hiere nuestro espíritu y nuestra autoestima en el momento en que más necesitamos fortaleza para aceptarnos a nosotros mismos y poder encarar nuevos retos en la vida.
En ocasiones, las víctimas de bullying incluso se culpan a sí mismas por haber sido blanco “fácil”. Pueden sentirse fracasados, débiles y sin valor, y llegar a situaciones altamente dramáticas: “Si tan solo yo fuera diferente...”. Sin embargo, paradójicamente, son los acosadores los verdaderamente débiles, porque piensan que pueden afirmar su propia identidad lastimando a los demás.
Algunas veces atacan a cualquiera que consideran diferente, que representa algo que los amenaza. En el fondo, los acosadores tienen miedo, son miedosos que se cubren en su aparente fortaleza. Y en esto, presten atención, cuando ustedes vean que alguno tiene necesidad de herir a otro, de hacer el bullying a otro, de acosarlo, ese es un débil. El acosado no es el débil, es el que acosa el débil, porque necesita hacerse el grandecito, el fuerte para sentirse persona. Yo le dije a Leonardo recién: ‘Cuando te digan que sos obeso, decile: Es peor ser flaco como vos’. Debemos unirnos todos contra esta cultura del “bulismo” y aprender a decir: ¡Basta! Es una epidemia donde la mejor medicina la pueden poner entre ustedes mismos.
No alcanza con que las Instituciones educativas o los adultos usen todos los recursos que están a su alcance para prevenir esta tragedia, sino que es necesario que entre ustedes, entre amigos y compañeros, puedan unirse para decir: ¡No! No al bulismo, no a la agresión al otro. Decir: Eso está mal. No hay mayor arma para defenderse de estas acciones que la de poder “levantarse” entre compañeros y amigos, y decir: Esto que estás haciendo es algo grave.
El que hace bulismo es un miedoso, y el miedo siempre es enemigo del bien, porque es enemigo del amor y de la paz. Las grandes religiones enseñan tolerancia, armonía y misericordia; las religiones no enseñan miedo, división o conflicto. Para nosotros, los cristianos, escuchamos a Jesús que constantemente les decía a sus seguidores que no tuvieran miedo. ¿Por qué? Porque si amamos a Dios y a nuestros hermanos y hermanas, ese amor expulsa el temor (cf. 1 Jn 4,18).
Para muchos de nosotros, como bien nos lo recordaste Leonardo, mirar la vida de Jesús nos permite encontrar consuelo, porque Jesús mismo sabía lo que significaba ser despreciado y rechazado, incluso hasta el punto de ser crucificado. También sabía lo que era ser un extraño, un migrante, uno “diferente”.
En cierto sentido, lo que estoy hablando a los cristianos, y los que no son cristianos, véanlo como modelo religioso.
En cierto sentido, Jesús fue el más “marginado”, un marginado lleno de Vida para dar. Leonardo, podemos siempre mirar todo lo que nos falta, pero también podemos descubrir la vida que somos capaces de dar y donar. El mundo te necesita, nunca te olvides de eso; el Señor tiene necesidad de ti para que puedas darle el coraje a tantos que hoy piden una mano que los ayude a levantarse.
Les quiero decir una cosa a todos que les va a servir en la vida. Mirar con desprecio o menosprecio a una persona es mirarla de arriba hacia abajo. Es decir, yo soy superior y vos sos inferior. Pero hay una sola manera, que es lícita y que es justa de mirar a una persona de arriba hacia abajo: para ayudar a levantarla. Si alguno de nosotros, y me incluyo, mira a una persona de arriba hacia abajo con desprecio, es poca cosa. Pero si alguno de nosotros mira a una persona de arriba hacia abajo para tenderle la mano y ayudarle a levantarle, ese hombre o esa mujer es un grande. Así que cuando miren a uno de arriba hacia abajo, pregúntense dónde está mi mano: ¿está escondida o está ayudándolo a levantarse? Y van a ser felices.
Esto implica aprender a desarrollar una cualidad muy importante, pero devaluada: la capacidad de aprender a donar tiempo para los demás, escucharlos, compartir con ellos, comprenderlos; sólo así abriremos nuestras historias y heridas a un amor que nos pueda transformar y comenzar a cambiar el mundo que nos rodea.
Si no donamos y “ganamos tiempo” entre las personas, lo perderemos en muchas cosas que, al final del día, nos dejarán vacíos y aturdidos —en mi tierra natal dirían nos llenan de cosas que nos empachan—. Así que, por favor, dediquen tiempo para su familia y amigos, pero también para Dios, orando y meditando. Y, si les resulta difícil, rezar; no se rindan. Un sabio guía espiritual dijo una vez: la oración se trata principalmente de estar simplemente allí. Estate quieto, haz espacio para Dios, déjate mirar y Él te llenará de su paz.
Esto es exactamente lo que Miki nos decía; preguntó cómo pueden los jóvenes hacer espacio para Dios en una sociedad frenética y enfocada en ser solamente competitiva y productiva. Es habitual ver que una persona, una comunidad o incluso una sociedad entera pueden estar altamente desarrolladas en su exterior, pero con una vida interior pobre y encogida, con el alma y la vitalidad apagada. Parecen muñequitos, ya terminados, que no tienen nada dentro.
Todo les aburre. Hay jóvenes que no sueñan. Es terrible un joven que no sueña, un joven que no hace espacio en su corazón para soñar, para que entre Dios, para que entren las ilusiones y sea fecundo en la vida. Hay hombres o mujeres que se olvidaron de reír, que no juegan, no conocen el sentido de la admiración y la sorpresa. Hombres y mujeres que viven como zombis, su corazón dejó de latir por la incapacidad de celebrar la vida con los demás. Escuchen esto: Ustedes van a ser felices, ustedes van a ser fecundos si mantienen la capacidad de celebrar la vida con los demás. ¡Cuánta gente en todo el mundo es materialmente rica, pero vive esclava de una soledad sin igual!
Pienso aquí en la soledad que experimentan tantas personas, jóvenes y adultas, de nuestras sociedades prósperas, pero a menudo tan anónimas. La Madre Teresa, que trabajaba entre los más pobres de los pobres, dijo una vez algo profético: «La soledad y la sensación de no ser amado es la pobreza más terrible».
Quizás nos hace bien preguntarnos para mí cuál es la pobreza más terrible. Cuál sería para mí el grado de pobreza mayor. Y si somos honestos nos vamos a dar cuenta de que la pobreza más grande que podemos tener es la soledad y la sensación de no ser amado. ¿Entienden?
Combatir esta pobreza espiritual es una tarea a la que todos estamos llamados, y ustedes tienen un papel especial que desempeñar, porque exige un cambio importante en nuestras prioridades y opciones. Implica reconocer que lo más importante no radica en todas las cosas que tengo o puedo conquistar, sino a quién tengo para compartirlas.
No es tan importante focalizarse y cuestionarse para qué vivo, sino para quién vivo. Aprendan a hacerse esta pregunta: no para qué vivo, sino para quién vivo. Con quién comparto la vida. Las cosas son importantes pero las personas son imprescindibles; sin ellas nos deshumanizamos, perdemos rostro, nombre, y nos volvemos un objeto más, quizás el mejor de todos, pero objetos, y no somos objetos, somos personas.
El libro del Eclesiástico dice: «Un amigo fiel es un refugio seguro: el que lo encuentra ha encontrado un tesoro» (6,14). Por eso, es siempre importante preguntarse: «¿Para quién soy yo? Eres para Dios, sin duda. Pero Él quiso que seas también para los demás, y puso en ti muchas cualidades, inclinaciones, dones y carismas que no son para ti, sino para otros» (Exhort. ap. postsin. Christus vivit, 286). Para compartir con otros. No solo vivir la vida, sino compartir la vida. Compartir la vida.
Y esto es algo hermoso que ustedes pueden ofrecer a nuestro mundo. Los jóvenes tienen que dar algo al mundo. ¡Sean testigos de que la amistad social es posible! Esperanza en un futuro basado en la cultura del encuentro, la aceptación, la fraternidad y el respeto a la dignidad de cada persona, especialmente hacia los más necesitados de amor y comprensión. Sin necesidad de agredir o despreciar, sino aprendiendo a reconocer la riqueza de los demás.
Un pensamiento que nos puede ayudar: para mantenernos vivos físicamente, tenemos que respirar, es una acción que realizamos sin darnos cuenta. Todos respiramos automáticamente. Para mantenernos vivos en el sentido pleno y amplio de la palabra, necesitamos también aprender a respirar espiritualmente, a través de la oración y la meditación, en un movimiento interno, mediante el cual podemos escuchar a Dios, que nos habla en lo profundo de nuestro corazón.
Y también necesitamos de un movimiento externo, por el que nos acercamos a los demás con actos de amor y servicio. Este doble movimiento nos permite crecer y descubrir no sólo que Dios nos ha amado, sino que nos ha confiado a cada uno una misión, una vocación única y que la descubrimos en la medida en la que nos damos a los demás, a personas concretas.
Masako nos habló sobre estas cosas desde su propia experiencia como estudiante y maestra. Preguntó cómo se puede ayudar a los jóvenes a que se den cuenta de la propia bondad y valor. Una vez más, quisiera decir que, para crecer, para descubrir nuestra propia identidad, bondad y belleza interior, no podemos mirarnos en el espejo. Se han inventado muchas cosas, pero gracias a Dios todavía no existen selfies del alma.
Para ser felices, necesitamos pedirle ayuda a los demás, que la foto la saque otro, es decir, salir de nosotros mismos e ir hacia los demás, especialmente hacia los más necesitados (cf. ibíd., 171). Y les quiero decir una cosa. No se miren demasiado a ustedes mismos, no se miren demasiado en el espejo de ustedes mismos. Porque corren el riesgo de que tanto mirarse se rompa el espejo.
De modo particular, les pido que extiendan los brazos de la amistad y reciban a quienes vienen, a menudo después de un gran sufrimiento, a buscar refugio en su país. Con nosotros está aquí presente un pequeño grupo de refugiados; vuestra acogida testimoniará que para muchos pueden ser extraños, pero para ustedes pueden ser considerados hermanos y hermanas.
Un maestro sabio dijo una vez que la clave para crecer en sabiduría no era tanto encontrar las respuestas correctas, sino descubrir las preguntas correctas. Cada uno de ustedes piense: ¿Yo sé responder a las cosas? ¿Y sé responder bien a las cosas? ¿Hacer las respuestas correctas? Si alguno dice que sí, te felicito, pero hacete la otra pregunta: ¿Yo sé hacer las preguntas correctas? ¿Yo tengo el corazón inquieto que me lleva a preguntar continuamente a la vida, a mí mismo, a los demás, a Dios? Con las respuestas correctas, ustedes pasan el examen. Pero sin las preguntas correctas, no pasan la vida.
No todos ustedes son maestros como Masako, pero espero que puedan hacerse muy buenas preguntas, cuestionarse y ayudar a otros a hacerse buenas y cuestionadoras preguntas sobre el significado de la vida, y de cómo podemos dar forma a un futuro mejor para quienes vendrán después de nosotros.
Queridos jóvenes: Gracias por vuestra amistosa atención, y gracias por la paciencia, por todo este tiempo que me regalaron y por poder compartir un poco de vuestras vidas. No tapen los sueños, no aturdan sus sueños, denles espacios y anímense a mirar grandes horizontes, a mirar lo que les espera si se animan a construirlos juntos. Japón los necesita, el mundo los necesita despiertos, no dormidos, los necesita generosos, alegres y entusiastas, capaces de construir una casa para todos. Yo les prometo que voy a rezar por ustedes, para que crezcan en sabiduría espiritual, para que sepan hacer las preguntas correctas, para que se olviden del espejo y sepan mirar a los ojos de los demás.
A todos ustedes, y a sus familias y amigos les hago llegar mis mejores deseos y les doy mi bendición. Y les pido que se acuerden también de mandarme buenos deseos, y mandarme bendiciones.
Muchas gracias.
El Papa Francisco afirmó que la humanidad está necesitada de “crecer en fraternidad, en preocupación por los demás y respeto por las diferentes experiencias y puntos de vista”.
Así lo indicó este lunes 25 de noviembre en el encuentro que mantuvo con los jóvenes en la Catedral de Santa María de Tokyio durante el viaje apostólico que está realizando a Japón.
La Catedral de Santa María es un impresionante y vanguardista edificio de hormigón y acero construido en 1960 por el arquitecto japonés Tenzo Tange. Este edificio sustituye a uno anterior construido en estilo gótico en 1899 que fue destruido en 1945 durante los bombardeos en la Segunda Guerra Mundial.
El Santo Padre, tras una breve oración en silencio ante el altar, escuchó los testimonios de tres jóvenes (un católico, un budista y un migrante) y pronunció un discurso en el que trató de dar respuesta a las inquietudes expresadas por estos jóvenes.
Bullying
Explicó que “en ocasiones, las víctimas de bullying incluso se culpan a sí mismas por haber sido blanco ‘fácil’. Pueden sentirse fracasados, débiles y sin valor, y llegar a situaciones altamente dramáticas”,
Sin embargo, “paradójicamente, son los acosadores los verdaderamente débiles, porque piensan que pueden afirmar su propia identidad lastimando a los demás”.
“En el fondo”, continuó el Papa, “los acosadores tienen miedo, son miedosos que se cubren en su aparente fortaleza. Debemos unirnos todos contra esta cultura del ‘bulismo’ y aprender a decir: ¡Basta!”.
Dar espacio a Dios
El Santo Padre comenzó explicando que “es habitual ver que una persona, una comunidad o incluso una sociedad entera pueden estar altamente desarrolladas en su exterior, pero con una vida interior pobre y encogida, con el alma y la vitalidad apagada”.
“Todo les aburre, ya no sueñan, no ríen, no juegan, no conocen el sentido de la admiración y la sorpresa. Como zombis, su corazón dejó de latir por la incapacidad de celebrar la vida con los demás. ¡Cuánta gente en todo el mundo es materialmente rica, pero vive esclava de una soledad sin igual!”.
Insistió en que “combatir esta pobreza espiritual es una tarea a la que todos estamos llamados, y ustedes tienen un papel especial que desempeñar, porque exige un cambio importante en nuestras prioridades y opciones. Implica reconocer que lo más importante no radica en todas las cosas que tengo o puedo conquistar, sino a quién tengo para compartirlas. No es tan importante focalizarse y cuestionarse para qué vivo, sino para quién vivo”.
Ayudar a los jóvenes
El Papa explicó que la clave radica en saber pedir ayuda: “Para ser felices, necesitamos pedirle ayuda a los demás”.
“De modo particular, les pido que extiendan los brazos de la amistad y reciban a quienes vienen, a menudo después de un gran sufrimiento, a buscar refugio en su país”.
“Un maestro sabio dijo una vez que la clave para crecer en sabiduría no era tanto encontrar las respuestas correctas, sino descubrir las preguntas correctas”, subrayó.
En ese sentido, invitó a plantear “buenas preguntas, cuestionarse y ayudar a otros a hacerse buenas y cuestionadoras preguntas sobre el significado de la vida, y de cómo podemos dar forma a un futuro mejor para quienes vendrán después de nosotros”.
El Papa finalizó sus palabras haciendo un llamado a los jóvenes a no “apabullar” ni “aturdir” los sueños. “Denles espacios y anímense a mirar grandes horizontes, a mirar lo que les espera si se animan a construirlos juntos. Japón los necesita, el mundo los necesita despiertos y generosos, alegres y entusiastas, capaces de construir una casa para todos”.
Homilía del Papa Francisco en la Misa en el Tokio Dome de Japón
Este 25 de noviembre el Papa Francisco celebró una Misa en el Tokio Dome de Japón en la que reiteró su llamado a que la Iglesia se convierta en un hospital de campaña que proteja toda vida y dé testimonio de compasión y escucha simple en una sociedad donde las exigencias hace que no sean pocas las personas que viven socialmente aisladas, incapaces de comprender el significado de la vida y de su propia existencia.
A continuación la homilía completa del Papa Francisco:
El evangelio que hemos escuchado es parte del primer gran sermón de Jesús; lo conocemos como el “Sermón de la montaña” y nos describe la belleza del camino que estamos invitados a transitar. Según la Biblia, la montaña es el lugar donde Dios se manifiesta y se da a conocer: «Sube hacia mí», le dijo Dios a Moisés (cf. Ex 24,1). Una montaña donde la cima no se alcanza con voluntarismo ni “carrerismo” sino tan sólo con la atenta, paciente y delicada escucha del Maestro en medio de las encrucijadas del camino. La cima se hace llanura para regalarnos una perspectiva siempre nueva de todo lo que nos rodea, centrada en la compasión del Padre. En Jesús encontramos la cima de lo que significa ser humanos y nos muestra el camino que nos conduce a la plenitud capaz de desbordar todos los cálculos conocidos; en Él encontramos una vida nueva donde experimentar la libertad de sabernos hijos amados.
Pero somos conscientes de que, en el camino, esa libertad de hijos puede verse asfixiada y debilitada cuando quedamos encerrados en el círculo vicioso de la ansiedad y de la competitividad, o cuando concentramos toda nuestra atención y mejores energías en la búsqueda sofocante y frenética de productividad y consumismo como único criterio para medir y convalidar nuestras opciones o definir quiénes somos y cuánto valemos. Una medida que poco a poco nos vuelve impermeables o insensibles a lo importante impulsando el corazón a latir con lo superfluo o pasajero. ¡Cuánto oprime y encadena al alma el afán de creer que todo puede ser producido, conquistado o controlado!
Aquí en Japón, en una sociedad con la economía altamente desarrollada, me hacían notar los jóvenes esta mañana en el encuentro que tuve con ellos, que no son pocas las personas que están socialmente aisladas, que permanecen al margen, incapaces de comprender el significado de la vida y de su propia existencia. El hogar, la escuela y la comunidad, destinados a ser lugares donde cada uno apoya y ayuda a los demás, están siendo cada vez más deteriorados por la competición excesiva en la búsqueda de la ganancia y en la búsqueda de la eficiencia. Muchas personas se sienten confundidas e intranquilas, están abrumadas por demasiadas exigencias y preocupaciones que les quitan la paz y el equilibrio.
Como bálsamo reparador suenan las palabras del Señor a no inquietarnos y a confiar. Tres veces con insistencia nos dice: No se inquieten por su vida… por el día de mañana (cf. Mt 6,25.31.34). Esto no significa una invitación a desentendernos de lo que pasa a nuestro alrededor o volvernos irresponsables de nuestras ocupaciones y responsabilidades diarias; sino, por lo contrario, es una provocación a abrir nuestras prioridades a un horizonte más amplio de sentido y generar así espacio para mirar en su misma dirección: «Busquen primero el Reino de los cielos y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura» (Mt 6,33).
El Señor no nos dice que las necesidades básicas, como la comida y la ropa, no sean importantes; nos invita, más bien, a reconsiderar nuestras opciones cotidianas para no quedar atrapados o aislados en la búsqueda del éxito a cualquier costo, incluso de la propia vida. Las actitudes mundanas que buscan y persiguen sólo el propio rédito o beneficio en este mundo, y el egoísmo que pretende la felicidad individual, en realidad sólo nos hacen sutilmente infelices y esclavos, además de obstaculizar el desarrollo de una sociedad verdaderamente armoniosa y humana.
Lo contrario al yo aislado, encerrado y hasta sofocado sólo puede ser un nosotros compartido, celebrado y comunicado (cf. Audiencia general, 13 febrero 2019). Esta invitación del Señor nos recuerda que «necesitamos “consentir jubilosamente que nuestra realidad sea dádiva, y aceptar aun nuestra libertad como gracia. Esto es lo difícil hoy en un mundo que cree tener algo por sí mismo, fruto de su propia originalidad o de su libertad”» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 55). De ahí que, en la primera lectura, la Biblia nos recuerda cómo nuestro mundo, lleno de vida y belleza, es ante todo un regalo maravilloso del Creador que nos precede: «Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno» (Gn 1,31); belleza y bondad ofrecida para que también podamos compartirla y ofrecérsela a los demás, no como dueños o propietarios sino como partícipes de un mismo sueño creador. «El auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás» (Carta enc. Laudato si’, 70).
Frente a esta realidad, como comunidad cristiana somos invitados a proteger toda vida y testimoniar con sabiduría y coraje un estilo marcado por la gratuidad y la compasión, la generosidad y la escucha simple, un estilo capaz de abrazar y recibir la vida como se presenta «con toda su fragilidad y pequeñez, y hasta muchas veces con toda sus contradicciones e insignificancias» (Jornada Mundial de la Juventud, Panamá, Vigilia, 26 enero 2019). Se nos invita a ser una comunidad que pueda desarrollar esa pedagogía capaz de darle la «bienvenida a todo lo que no es perfecto, puro o destilado, pero no por eso menos digno de amor. ¿Acaso alguien por ser discapacitado o frágil no es digno de amor?, ¿alguien, por ser extranjero, por haberse equivocado, por estar enfermo o en una prisión, no es digno de amor? Así lo hizo Jesús: abrazó al leproso, al ciego y al paralítico, abrazó al fariseo y al pecador. Abrazó al ladrón en la cruz e inclusive abrazó y perdonó a quienes lo estaban crucificando» (ibíd.).
El anuncio del Evangelio de la Vida nos impulsa y exige, como comunidad, que nos convirtamos en un hospital de campaña, preparado para curar las heridas y ofrecer siempre un camino de reconciliación y perdón. Porque para el cristiano la única medida posible con la cual juzgar cada persona y situación es la de la compasión del Padre por todos sus hijos.
Unidos al Señor, cooperando y dialogando siempre con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y también con los de convicciones religiosas diferentes, podemos transformarnos en levadura profética de una sociedad que proteja y se haga cargo cada vez más de toda vida.
El Papa Francisco celebró este 25 de noviembre la Misa en el Tokio Dome, en la que cuestionó la cultura del éxito a cualquier costo, extendida especialmente en la sociedad japonesa y llamó a los fieles a preguntarse si acaso la persona frágil y discapacitada no son dignas de amor.
“¿Acaso alguien por ser discapacitado o frágil no es digno de amor?, ¿alguien, por ser extranjero, por haberse equivocado, por estar enfermo o en una prisión, no es digno de amor? Así lo hizo Jesús: abrazó al leproso, al ciego y al paralítico, abrazó al fariseo y al pecador. Abrazó al ladrón en la cruz e inclusive abrazó y perdonó a quienes lo estaban crucificando”, expresó Francisco ante las 50 mil personas que asistieron a la última Eucaristía que presidió en su visita apostólica a Tailandia y Japón, que comenzó el pasado 20 de noviembre.
En su homilía, el Santo Padre advirtió sobre la cultura del éxito a cualquier costo tan extendida en la actualidad, especialmente en Japón. Indicó que en su encuentro con los jóvenes, estos le hicieron notar que “en una sociedad con la economía altamente desarrollada (…) no son pocas las personas que están socialmente aisladas, que permanecen al margen, incapaces de comprender el significado de la vida y de su propia existencia”.
“El hogar, la escuela y la comunidad, destinados a ser lugares donde cada uno apoya y ayuda a los demás, están siendo cada vez más deteriorados por la competición excesiva en la búsqueda de la ganancia y la eficiencia. Muchas personas se sienten confundidas e intranquilas, están abrumadas por demasiadas exigencias y preocupaciones que les quitan la paz y el equilibrio”, señaló.
Ante ello, el Papa recordó que Jesús llama a no inquietarse por la vida, por el día de mañana. Aclaró que ello no es una invitación a desentenderse de lo que pasa alrededor y de las responsabilidades, sino que es “una provocación a abrir nuestras prioridades a un horizonte más amplio de sentido”, que es la búsqueda del Reino de Dios “y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura”.
“Las actitudes mundanas que buscan y persiguen sólo el propio rédito o beneficio en este mundo, y el egoísmo que pretende la felicidad individual, en realidad sólo nos hacen sutilmente infelices y esclavos, además de obstaculizar el desarrollo de una sociedad verdaderamente armoniosa y humana”, advirtió.
En ese sentido, el Papa indicó que la comunidad cristiana está llamada a “proteger toda vida y testimoniar con sabiduría y coraje un estilo marcado por la gratuidad y la compasión”, que abraza y da la bienvenida “a todo lo que no es perfecto, puro o destilado, pero no por eso menos digno de amor”.
“El anuncio del Evangelio de la Vida nos impulsa y exige, como comunidad, que nos convirtamos en un hospital de campaña, preparado para curar las heridas y ofrecer siempre un camino de reconciliación y perdón. Porque para el cristiano la única medida posible con la cual juzgar cada persona y situación es la de la compasión del Padre por todos sus hijos”, expresó.
El Papa Francisco aseguró a los fieles japoneses que “unidos al Señor, cooperando y dialogando siempre con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y también con los de convicciones religiosas diferentes, podemos transformarnos en levadura profética de una sociedad que proteja y se haga cargo cada vez más de toda vida”.
Antes de culminar la Misa, el Arzobispo de Tokio, Mons. Tarcisius Isao Kikuchi, agradeció al Papa por haber visitado el país e indicó que los obispos locales consideran importante que Japón se comprometa hoy en el servicio de la vida.
“La tierra, nuestra casa común, viene devastada y grita. Usted ha escuchado este grito y ha invitado a las personas del mundo a preservar y proteger su belleza para las generaciones futuras”, señaló.
El Arzobispo indicó que son muchos los casos en los que la dignidad humana es golpeada y muchas personas sufren amenazas, “sin ser comprendidos por nadie o ayudados en su soledad y aislamiento”.
“Papa Francisco, con esta visita está mostrando a muchas personas que viven en Japón el cuidado, el amor y la esperanza de Dios. Somos una comunidad pequeña, pero con su ánimo y uniendo las manos con nuestros hermanos y hermanas en Asia, esperamos caminar juntos, protegiendo la dignidad de la vida como don de Dios y proclamando la Buena Nueva del amor misericordioso y sanador de Dios”, expresó.
Luego de la Misa, el Papa Francisco se dirigió al encuentro con el primer ministro, Shinzo Abe, y con las autoridades locales, ante quienes pronunciará un discurso. La visita del Pontífice a Japón culminará mañana 26 de noviembre.
El Papa Francisco se reunió este 25 de noviembre con las autoridades y el cuerpo diplomático de Japón en el Kantei, tras haberse reunido en privado con el Primer Ministro japonés.
“La historia nos enseña que los conflictos entre los pueblos y naciones, incluso los más graves, pueden encontrar soluciones válidas sólo a través del diálogo, única arma digna del ser humano y capaz de garantizar una paz duradera”, dijo el Santo Padre.
A continuación, el discurso pronunciado por el Papa Francisco:
Señor Primer Ministro, Honorables Miembros del Gobierno, Ilustres Miembros del Cuerpo Diplomático, señoras y señores:
Doy las gracias al Primer Ministro por sus amables palabras de bienvenida y saludo respetuosamente a ustedes, distinguidas autoridades y miembros del Cuerpo Diplomático. Todos ustedes, cada uno en su lugar, se dedican a trabajar por la paz y el progreso de las personas de esta noble nación, y de las naciones que representan. Estoy muy agradecido al emperador Naruhito, que encontré esta mañana; le deseo todo bien e invoco las bendiciones de Dios sobre la Familia Imperial y sobre todo el pueblo japonés al inicio de la nueva era que ha inaugurado.
Las relaciones de amistad entre la Santa Sede y el Japón son muy antiguas, enraizadas en el reconocimiento y admiración que los primeros misioneros tuvieron sobre estas tierras. Basta recordar las palabras del jesuita Alessandro Valignano que en 1579 escribía: «Quien quiera ver qué cosa nuestro Señor ha dado al hombre basta que venga a verlo en Japón». Históricamente han sido muchos los contactos, las misiones culturales y diplomáticas que han alimentado esta relación y han ayudado a superar momentos de mayor tensión y dificultad. Estos contactos también se han ido estructurando a nivel institucional en beneficio de ambas partes.
He venido a confirmar a los católicos japoneses en la fe, en sus esfuerzos de caridad por los necesitados y por su servicio al país del que se sienten ciudadanos orgullosos. Como nación, Japón es particularmente sensible al sufrimiento de los menos afortunados y de las personas con discapacidad. El lema de mi visita es: “Proteger toda vida”, reconociendo su dignidad inviolable y la importancia de mostrar solidaridad y apoyo a nuestros hermanos y hermanas ante cualquier tipo de necesidad. Una experiencia impactante de esto la he tenido al escuchar las historias de los afectados por el triple desastre, y me he sentido conmovido por las dificultades por las que han pasado.
Siguiendo los pasos de mis predecesores, también quiero implorar a Dios e invitar a todas las personas de buena voluntad a seguir impulsando y promoviendo todas las mediaciones necesarias de disuasión para que nunca más, en la historia de la humanidad, vuelva a ocurrir la destrucción generada por las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.
La historia nos enseña que los conflictos entre los pueblos y naciones, incluso los más graves, pueden encontrar soluciones válidas sólo a través del diálogo, única arma digna del ser humano y capaz de garantizar una paz duradera. Estoy convencido de la necesidad de abordar la cuestión nuclear en el plano multilateral, promoviendo un proceso político e institucional capaz de crear un consenso y una acción internacional más amplia.
Una cultura de encuentro y diálogo —marcada por la sabiduría, la visión y la amplitud de miras— es esencial para construir un mundo más justo y fraterno. Japón ha reconocido la importancia de promover contactos personales en los campos de la educación, la cultura, el deporte y el turismo, sabiendo que estos pueden contribuir en gran medida a la armonía, la justicia, la solidaridad y la reconciliación que son el cemento del edificio de la paz. Observamos un ejemplo destacado de esto en el espíritu olímpico, que une a atletas de todo el mundo en una competición, que no se basa necesariamente en la rivalidad sino en la búsqueda de la excelencia. Estoy seguro de que los Juegos Olímpicos y Paralímpicos, que el próximo año se celebrarán en Japón, servirán de impulso para desarrollar un espíritu de solidaridad que trascienda las fronteras nacionales y regionales, y busque el bien de toda nuestra familia humana.
En estos días he vuelto a apreciar el precioso patrimonio cultural que Japón, a lo largo de muchos siglos de su historia, ha podido desarrollar y preservar, y los profundos valores religiosos y morales que caracterizan a esta antigua cultura. La buena relación entre las distintas religiones no sólo es esencial para un futuro de paz, sino también para capacitar a las generaciones presentes y futuras a fin de que valoren los principios éticos que sirven de base a una sociedad verdaderamente justa y humana. En palabras del Documento sobre la Fraternidad Humana que firmé con el Gran Imán de Al-Azhar, el pasado mes de febrero, nuestra preocupación compartida por el futuro de la familia humana nos impulsa a «asumir la cultura del diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio».
Ningún visitante de Japón deja de admirar la belleza natural de este país, expresada a lo largo de los siglos por sus poetas y artistas, y simbolizada sobre todo por la imagen de los cerezos en flor. Sin embargo, la delicadeza de la flor de cerezo nos recuerda la fragilidad de nuestra casa común, sometida no solo a desastres naturales sino también a la codicia, la explotación y la devastación por manos del hombre.
Cuando la comunidad internacional ve difícil cumplir sus compromisos de proteger la creación, son los jóvenes quienes, cada vez más, hablan y exigen decisiones valientes. Los jóvenes nos desafían para percibir el mundo no como una posesión para ser explotada, sino como un precioso legado para transmitir. Por nuestra parte, «a ellos debemos responder con la verdad, no con palabras vacías; con hechos, no con ilusiones» (Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación 2019).
En este sentido, un enfoque integral para la protección de nuestro hogar común también debe considerar la ecología humana. Un compromiso con la protección significa enfrentar la creciente brecha entre ricos y pobres, en un sistema económico global que permite a unos pocos privilegiados vivir en la opulencia mientras la mayoría de la población mundial vive en la pobreza. Conozco la preocupación por la promoción de diversos programas que el gobierno japonés realiza en este sentido y los estimulo a continuar en la formación de una creciente conciencia de corresponsabilidad entre las naciones.
La dignidad humana debe estar en el centro de toda actividad social, económica y política; se necesita fomentar la solidaridad intergeneracional y, en todos los niveles de la vida comunitaria, se debe mostrar preocupación por aquellos que son olvidados y excluidos. Pienso particularmente en los jóvenes, que a menudo se sienten abrumados al enfrentar las dificultades del crecimiento, y también en los ancianos y las personas solas que sufren aislamiento. Sabemos que, al final, la civilización de cada nación o pueblo no se mide por su poder económico sino por la atención que dedica a los necesitados, así como en la capacidad de volverse fecundos y promotores de vida.
Ahora, cuando mi visita a Japón llega a su fin, una vez más expreso mi gratitud por la invitación que recibí, por la cordial hospitalidad con la que me han acompañado, y por la generosidad de todos los que contribuyeron a su feliz resultado. Al proponerles estos pensamientos, deseo alentarlos en sus esfuerzos por dar forma a un orden social cada vez más protector de la vida, cada vez más respetuoso de la dignidad y de los derechos de los miembros de la familia humana. Sobre ustedes y sobre sus familias, y sobre todos aquellos a quienes sirven, invoco la abundancia de la bendición divina. Muchas gracias.
La única arma capaz de garantizar la paz es el diálogo, afirma el Papa en Japón
El Papa Francisco dirigió este lunes 25 un discurso a las autoridades japonesas y cuerpo diplomático en el que aseguró que la única arma digna del ser humano y capaz de garantizar la paz es el diálogo.
En su discurso, el Santo Padre explicó a las autoridades de Japón que visitó este país asiático para “confirmar a los católicos japoneses en la fe, en sus esfuerzos de caridad por los necesitados y por su servicio al país del que se sienten ciudadanos orgullosos”.
Así lo indicó el Santo Padre este 25 de noviembre al reunirse con las autoridades y el cuerpo diplomático de Japón en el Kantei, tras mantener un encuentro en privado con el Primer Ministro japonés.
Previamente, el Papa se había reunido con el emperador Naruhito de quien dijo: “le deseo todo bien e invoco las bendiciones de Dios sobre la Familia Imperial y sobre todo el pueblo japonés al inicio de la nueva era que ha inaugurado”.
Al inicio de su discurso, el Pontífice destacó que “las relaciones de amistad entre la Santa Sede y el Japón son muy antiguas, enraizadas en el reconocimiento y admiración que los primeros misioneros tuvieron sobre estas tierras” y citó al jesuita Alessandro Valignano que en 1579 escribió: “Quien quiera ver qué cosa nuestro Señor ha dado al hombre basta que venga a verlo en Japón”.
“He venido a confirmar a los católicos japoneses en la fe, en sus esfuerzos de caridad por los necesitados y por su servicio al país del que se sienten ciudadanos orgullosos. Como nación, Japón es particularmente sensible al sufrimiento de los menos afortunados y de las personas con discapacidad”, señaló el Papa.
En esta línea, Francisco recordó que el lema de su visita es “Proteger toda vida” para reconocer “su dignidad inviolable y la importancia de mostrar solidaridad y apoyo a nuestros hermanos y hermanas ante cualquier tipo de necesidad”.
“Siguiendo los pasos de mis predecesores, también quiero implorar a Dios e invitar a todas las personas de buena voluntad a seguir impulsando y promoviendo todas las mediaciones necesarias de disuasión para que nunca más, en la historia de la humanidad, vuelva a ocurrir la destrucción generada por las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki”, pidió.
Por ello, el Papa Francisco señaló que “la historia nos enseña que los conflictos entre los pueblos y naciones, incluso los más graves, pueden encontrar soluciones válidas solo a través del diálogo, única arma digna del ser humano y capaz de garantizar una paz duradera”.
“Estoy convencido de la necesidad de abordar la cuestión nuclear en el plano multilateral, promoviendo un proceso político e institucional capaz de crear un consenso y una acción internacional más amplia”, expresó.
En este sentido, el Santo Padre remarcó que “una cultura de encuentro y diálogo -marcada por la sabiduría, la visión y la amplitud de miras- es esencial para construir un mundo más justo y fraterno”.
Asimismo, el Papa explicó que Japón reconoce “la importancia de promover contactos personales en los campos de la educación, la cultura, el deporte y el turismo, sabiendo que estos pueden contribuir en gran medida a la armonía, la justicia, la solidaridad y la reconciliación que son el cemento del edificio de la paz” y puso el ejemplo del espíritu olímpico “que une a atletas de todo el mundo en una competición, que no se basa necesariamente en la rivalidad sino en la búsqueda de la excelencia”.
“Estoy seguro de que los Juegos Olímpicos y Paralímpicos, que el próximo año se celebrarán en Japón, servirán de impulso para desarrollar un espíritu de solidaridad que trascienda las fronteras nacionales y regionales, y busque el bien de toda nuestra familia humana”, dijo.
Además, el Santo Padre reconoció que en estos días ha vuelto a apreciar “el precioso patrimonio cultural que Japón, a lo largo de muchos siglos de su historia” que ha podido desarrollar y preservar, y “los profundos valores religiosos y morales que caracterizan a esta antigua cultura”.
“La buena relación entre las distintas religiones no solo es esencial para un futuro de paz, sino también para capacitar a las generaciones presentes y futuras a fin de que valoren los principios éticos que sirven de base a una sociedad verdaderamente justa y humana”, añadió.
Además, el Papa Francisco recordó que “la dignidad humana debe estar en el centro de toda actividad social, económica y política” y agregó que “se necesita fomentar la solidaridad intergeneracional y, en todos los niveles de la vida comunitaria, se debe mostrar preocupación por aquellos que son olvidados y excluidos”.
“Pienso particularmente en los jóvenes, que a menudo se sienten abrumados al enfrentar las dificultades del crecimiento, y también en los ancianos y las personas solas que sufren aislamiento. Sabemos que, al final, la civilización de cada nación o pueblo no se mide por su poder económico sino por la atención que dedica a los necesitados, así como en la capacidad de volverse fecundos y promotores de vida”, afirmó.
Al finalizar, el Papa los alentó a continuar con “sus esfuerzos por dar forma a un orden social cada vez más protector de la vida, cada vez más respetuoso de la dignidad y de los derechos de los miembros de la familia humana”.